Bomberos, rescatistas, médicos o voluntarios movilizados hacia el “Ground Zero”, donde se erigían las Torres, fueron los primeros afectados.
Jaquelin Febrillet tenía 26 años y trabajaba a dos cuadras de las Torres Gemelas cuando los aviones secuestrados por los yihadistas las derribaron el 11 de septiembre de 2001.
En 2016, 15 años después de los atentados más sangrientos de la historia, esta sindicalista profesional, hoy madre de tres hijos, fue diagnosticada con un cáncer metastásico. La única explicación lógica: la nube de cenizas y desechos tóxicos en la cual se encontró inmersa el día de la catástrofe.
Richard Fahrer, hoy de 37 años, trabajó frecuentemente en el sur de Manhattan como agrimensor de 2001 a 2003.
Hace 18 meses, tras padecer dolores en el estómago, los médicos detectaron a este joven padre un cáncer agresivo de colon, una enfermedad que afecta en general a hombres mucho mayores, y para el cual no tenía ninguna predisposición.
Más allá de las cerca de 3.000 personas fallecidas y más de 6.000 heridas en el derrumbe del World Trade Center, Nueva York no ha terminado de contar aún las personas enfermas de cáncer y otros males graves, sobre todo de pulmón, ligadas a la nube tóxica que planeó durante semanas sobre el sur de la isla.
Los decenas de miles de bomberos, rescatistas, médicos o voluntarios movilizados hacia el “Ground Zero”, donde se erigían las Torres, fueron los primeros afectados.
Ya en 2011, un estudio publicado en la revista científica The Lancet mostraba que estas personas se enfrentaban a riesgos aumentados de padecer cáncer.
Un censo del WTC Health Program, un programa federal de salud reservado a los sobrevivientes de los atentados, dio cuenta de cáncer en 10.000 de ellos.
Jaquelin Febrillet o Richard Fahrer forman parte de las personales “comunes” que trabajaban o residían en el sur de Manhattan cuando ocurrieron los atentados, una categoría de enfermos que no cesa de aumentar.
A fines de junio pasado, más de 21.000 de ellos se había registrado en el programa de salud, dos veces más que en junio de 2016.
Y de esos 21.000, cerca de 4.000 fueron diagnosticados con un cáncer, sobre todo de próstata, seno o piel.
“Es imposible para un individuo determinar la causa exacta (de un cáncer), ya que ningún examen de sangre viene con la etiqueta WTC”, pero varios estudios mostraron que “la tasa de cáncer aumentó entre 10% y 30% en las personas expuestas”, explicó a David Prezant, jefe médico de los bomberos neoyorquinos.
Y se espera que esta tasa aumente en el futuro, a raíz del envejecimiento de las personas expuestas -los riesgos de cáncer aumentan con la edad- y la naturaleza de ciertos cánceres, como el de pulmón o el mesotelioma, que demora de 20 a 30 años en desarrollarse, dijo.
Fue en este contexto que el presidente Donald Trump ratificó a fines de julio una ley que postergó de 2020 a 2090 la fecha límite para presentar demandas ante un fondo federal especial de indemnización.
El fondo debe ser regularmente refinanciado, tras haber agotado su presupuesto inicial de 7.300 millones de dólares, con una indemnización promedio de 240.000 dólares por enfermo y de 682.000 dólares por persona fallecida.
Tras postergar varias veces la fecha límite del Fondo, el Congreso reconoció que se debería poder cubrir a “una persona que era bebé (durante los atentados), hasta el fin de su vida”, explica el abogado Matthew Baione, que representa a Febrillet y a Fahrer en sus trámites de indemnización.
“Nunca hubo un ataque comparable al del 11 de septiembre”, subrayó. “Nadie podía predecir lo que pasaría con miles de millones de toneladas de materiales de construcción en combustión durante 99 días”, que liberaron en el aire cantidades inéditas de productos químicos, entre ellos dioxinas, amianto y otras sustancias cancerígenas.
A la espera de conocer todas las consecuencias de la tragedia para su salud, Febrillet y Fahrer deploran que la ciudad de Nueva York no hiciera más tras los atentados para proteger a los residentes y trabajadores del barrio.
“Podrían haber habido más esfuerzos para limitar la exposición de los adultos sanos e impedirles entrar en la zona de la catástrofe”, dijo Fahrer.
La prioridad era que “la ciudad regresase a la normalidad, que la Bolsa de Nueva York reabriera al cabo de varios días”, pero “nunca nos dijeron que algo podía pasarle a la gente”, subraya Febrillet.
Hoy “ya no preguntamos ‘¿Cómo va fulano?; preguntamos ‘¿Cómo fue la operación? ¿Cómo avanza el tratamiento?'”, explica esta mujer que tiene varios colegas que están enfermos o murieron. “Somos tan jóvenes, no debería ser así”.
Por Agencia AFP