“La palabra perfecta” fue su gran hallazgo. Para la ex presidente Cristina Kirchner escribir un libro es, fue, eso: encontrar la perfección de la idea al poner en letra escrita -esa letra “de molde” que menciona tantas veces con furia en sus discursos- una memoria que es, siempre, selectiva. Después de mantener en secreto durante un año su nueva vocación y salir a la calle convertida en mega bestseller, la senadora lo explicó así. “Mirás, corregís, pensás, volvés a escribir. La palabra perfecta, como digo yo”.

Inusualmente moderada (“muy lejos estoy de querer ofender a nadie”) y sobre todo en clave de visitante cautelosa a un espacio que no es el suyo por naturaleza: así se la vio y se la escuchó. Pese a estar ante una audiencia cautiva, pareció dispuesta a seguir las reglas y habló mucho menos de lo que podría haberlo hecho en otro escenario. No estaba en el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada ni en cualquier lugar y no sólo porque se tratara de la Feria del Libro. Así, sin desbordes y con una apuesta elaborada, CFK fue durante un rato la dueña del auditorio Jorge Luis Borges de La Rural y hasta se animó a la ironía cuando el auditorio a pleno le cantaba el entusiasta “Cristina, Presidenta”. “Son incorregibles, ya lo dijo Borges”, dijo, y los conquistó.

La producida discreción también pesó sobre el outfit: sobria camisa blanca de gasa con bordados leves en los bolsillos y una pollera tableada negra con mínima transparencia sobre la rodilla fue el vestuario elegido. La puesta en escena tuvo la disposición clásica a través de una mesa sobre el escenario, con la ahora escritora exitosa acompañada por la presidenta de la Feria María Teresa Carbano y por su editor, Juan Boido, ambos con el compromiso de estar a la altura de las circunstancias, nada habituales. CFK y su libro de ventas bestiales, 300 mil ejemplares impresos cuando de movida el editor le había asegurado que unos 20 mil o 30 mil vendidos estarían realmente muy bien para cualquier editorial. 300 mil ejemplares, además, en un contexto de depresión y proceso de hundimiento de la industria editorial argentina. Lo contó Cristina con una sonrisita.

Un momento antes, Boido había hablado del libro como un “fenómeno inusitado para el que se hace difícil encontrar antecedentes”. El editor de Penguin Random House se entusiasmó, tal vez al borde del exceso, cuando creyó ver en este éxito un hito en materia de promoción de la lectura: “Hace 15 días que el país habla de un libro”, dijo, con natural optimismo. Hace 15 años que el país habla de Cristina, para bien y para mal, podría responderse. El fenómeno editorial es, en realidad, un fenómeno político y social. Lectores son lectores, fans son fans.

Con su tradicional ejercicio oratorio pleno de frases que avanzan hasta adelantar una palabra de la siguiente frase para detenerse en un segundo de silencio, con la mirada clavada en la audiencia y entonces recién continuar (algo que en el libro halla su equivalencia en insistentes puntos suspensivos), Cristina dijo que no le pudo dedicar el libro a Néstor porque no les avisó a tiempo a los editores, aunque señaló que de alguna manera saldó esa deuda al elegir muy temprano la fecha de presentación ya que el 9 de mayo era la fecha de su aniversario.

Como dijo Felipe Solá luego del acto, la ex presidente y ¿posible candidata? pareció más mesurada que sus militantes y le habló al pasado, al presente y al futuro. Le habló a su audiencia y también, sin mencionarlo, al presidente de la Nación y a su llamado al acuerdo con la oposición, al que le respondió con el vale cuatro de un nuevo contrato social.

“Este es un libro que está rodeado de algunas circunstancias coyunturales que le quitan el carácter más o menos formal que han tenido otras presentaciones de candidatos que parecía que escribían un libro para que no se dijera que no eran capaces de hacerlo. Me parece que este es un libro muy personal y que va a jugar un lugar importante en esta coyuntura“, dijo a Infobae por su parte Eduardo Jozami, que sabe de peronismo, de kirchnerismo, pero también de libros y mucho. Afuera, muchos seguidores iban con el libro en la mano o bajo el brazo, otros se habían calzado las remeras azules con la frase “Sinceramente” sobre el pecho y otros cantaban “vamos a volver”, desde las gradas de la Sociedad Rural, ni más ni menos.

Desde un rato antes de que Cristina presentara su obra, la sala Borges -húmeda hasta el infinito, en un día hostil para actos públicos- desbordaba de gente aunque el entusiasmo no iba más allá de los aplausos felices y de cantos más o menos exitosos. Nada de lo que a esa hora se veía en materia de agresión afuera de la sala y en la feria contra medios opositores al kirchnerismo se percibió adentro. Aquellos que escuchaban a Cristina adentro de la Borges eran un público fiel, que vivía una suerte de reencuentro con la liturgia, con la intensidad de un casamiento y el respeto de una ceremonia. Esa impronta de alegría recuperada se veía también en la ropa de algunas mujeres que, como cantaría Serrat, lucían “arregladitas como pa’ ir de boda”.

Abrazos, bromas de pares, selfies individuales y grupales a full y muchos dedos en V. Con una organización medida al milímetro, sus responsables regalaban un “compañero” o “compañera” antes de cada frase. Nelson, del Instituto Patria, buscaba conformar a cada uno de los que quería ubicarse mejor, adelante, más cerca de la principal oradora. Ahí nomás, unas mujeres vestidas de Evita se esforzaban por hacerle llegar una carta a Cristina por su intermedio.

Un rato antes, mientras la sala se iba llenando, un hombre de unos setenta le pidió a otro de edad similar que le sacara una foto con el cartel de “Sinceramente” detrás. “Te pusiste de rojo para que te vea Cristina, eh”, lo gastaba el amigo, celular en mano. Más temprano aún, mientras del cielo comenzaba a brotar una lluvia capaz de disuadir al más convencido, bajo un paraguas un chico de unos 17 que esperaba cerca de la pantalla afuera de la Borges le preguntaba, ilusionado, a otro, algo mayor: “¿Firmará ejemplares Cristina?”.