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El día que un senador retó a duelo a López Rega

A los pocos cronistas que concurrieron a la conferencia de prensa convocada de manera casi intempestiva el viernes 4 de julio de 1975 por el senador provincial del justicialismo Santiago Rayco Atanasof les costó dar crédito a lo que acababan de escuchar, aún de boca de un hombre cuya trayectoria política y sindical no le había hecho asco nunca a la violencia. Tampoco era tipo de amedrentarse. Más de un año atrás, el 10 de enero de 1974, había denunciado que un grupo de la izquierda peronista le había disparado una ráfaga de ametralladora, aunque ningún proyectil dio en el blanco.

-Como argentino no quiero que la República se vea envuelta en un charco de sangre y desafío a muerte al ministro José López Rega en Plaza de Mayo, antes de la cero hora del lunes en que empezará el paro de la CGT – había dicho sin otro preámbulo que un “buenas tardes” Atanasof.

-Como López Rega es muy poderoso, pido que me dé el “hándicap” de elegir armas, a pistola 45, controlada y a veinte metros de distancia. Como padrinos designaré a hombres de extracción proletaria, que son los que están sufriendo en estos momentos.

El reto por sí mismo no sólo fue público a través de la conferencia de prensa sino que también Atanasof se tomó la molestia de hacerle llegar un telegrama a López Rega.

Es cierto que el desafío a matar o morir podía ser tomado como una bravuconada bizarra, sin otra consecuencia que ganar unas pocas líneas en los diarios. Sin embargo, los cronistas que cubrían las actividades del Senado bonaerense y conocían el entramado de la política del gobierno provincial sabían que detrás del senador Atanasof se levantaba la sombra de Victorio Calabró, el gobernador bonaerense de extracción sindical que había comenzado a trabajar, sin prisa pero sin pausa, para acabar con la presidencia de María Estela Martínez de Perón.

Lejos de ser días de descanso, los del fin de semana del 5 y 6 de julio de 1975 se fueron cocinando a fuego lento en un caldo que preanunciaba una explosión política. El gobierno de la viuda de Perón se tambaleaba como nunca antes lo había hecho.

Durante casi todo el sábado, los miembros del gabinete nacional mantuvieron acaloradas – y en algunos casos ríspidas – reuniones buscando una salida para la crisis. Pero más allá de los debates, el sentimiento generalizado entre los ministros era la desazón, sobre todo después de que, por la mañana, la presidenta no apareciera en la reunión que ella misma había convocado en la quinta de Olivos para analizar las posibles consecuencias del paro de 48 horas programado a partir del primer minuto del lunes 7 por la Confederación General del Trabajo (CGT).

Un mes atrás Celestino Rodrigo había asumido las riendas del Ministerio de Economía e inmediatamente aumentó el dólar un 100% y los combustibles un 180%. El poder adquisitivo de los salarios se licuó. Los trabajadores rugían y la cúpula de la CGT recordó esa vieja frase de Juan Perón: “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”. En la historia argentina, el Rodrigazo se ganó un triste lugar de privilegio.

La sensación de naufragio inminente se acrecentó por la noche del sábado 5 de julio, cuando el propio gobierno presentó ante al Senado el proyecto de una nueva Ley de Acefalía, que habilitaba al Congreso a elegir al funcionario encargado de ejercer la presidencia en caso de “destitución, muerte, dimisión o inhabilidad”.

La mañana del domingo 6, los diarios argentinos competían en sus portadas con el anuncio del paro. Clarín lo llevaba a todo el ancho de la tapa, con tipografía catástrofe: “Se iniciará a medianoche el paro general de la CGT” y agregaba en la bajada: “A la 0 hora de mañana comenzará el cese total de actividades declarado por el Comité Central Confederal de la CGT. Ayer se conocieron las adhesiones de numerosos gremios y sectores laborales que también convocaron a sus afiliados a acatar la medida de fuerza. La reacción de la población, como es habitual y registraron nuestros fotógrafos, fue abastecerse”.

La letra grande del paro decía claramente que la central sindical exigía un cambio inmediato del rumbo económico del gobierno. Sin embargo, era otra exigencia la que apuntaba directo a las entrañas del Poder Ejecutivo: la renuncia inmediata del todopoderoso ministro de Bienestar Social y secretario privado de la presidenta, José López Rega, a quien se señalaba como el verdadero poder en las sombras y responsable último del ajuste.

Apenas un mes antes, el 3 de junio, la presidenta María Estela Martínez de Perón había desplazado a su ministro de Economía, Alfredo Gómez Morales, por un oscuro economista sugerido -o quizás impuesto – por López Rega, Celestino Rodrigo.

Los últimos días de Gómez Morales en el gabinete habían sido problemáticos. Había asumido en octubre de 1974, en reemplazo de José Ber Gelbard, el ministro de Economía que había nombrado Héctor Cámpora y que fue ratificado luego por Raúl Lastiri (yerno de López Rega) y luego por el propio Perón al asumir la presidencia el 12 de octubre de 1973. Tras la muerte de Perón, el 1° de julio de 1974, Gelbard fue perdiendo poder, en una lucha desigual que lo enfrentaba a López Rega, devenido en hombre fuerte del gobierno.

Desde que Gelbard había sido reemplazado por Gómez Morales, los precios habían subido más de un 40 por ciento, por lo que en marzo -presionado por las organizaciones sindicales – el gobierno había propuesto recomponer los salarios a través de un aumento de emergencia de 400 pesos. En realidad, el incremento no servía de nada en términos de bolsillo, ya que al mismo tiempo se tomó otra medida simultánea: la brutal devaluación del peso frente al dólar.

A las dificultades internas se sumaba el vencimiento de obligaciones de la deuda externa por 1.300 millones de dólares, sin suficientes recursos del tesoro para afrontarlos y con un deterioro creciente de la balanza comercial debido a las restricciones de los mercados europeos y a la sostenida crisis mundial del comercio.

El sindicalismo, presionado por sus propias bases, redobló sus exigencias y las 62 Organizaciones, en vísperas de paritarias, lograron arrancar un aumento general de salarios del 38 por ciento.

Los días de Gómez Morales estaban contados, y López Rega tenía su candidato para reemplazarlo. Aún antes de asumir, Celestino Rodrigo venía hablando en los medios de su plan de estabilización: liberar los precios internos y el dólar para disminuir el consumo interno -y por lo tanto el nivel de importaciones- para generar divisas que permitieran pagar las obligaciones externas. Además, Rodrigo planteaba la necesidad de recurrir al Fondo Monetario Internacional.

Gómez Morales presentó su renuncia el domingo 31 de mayo. El miércoles 3 de junio asumió finalmente Rodrigo y designó a Ricardo Zinn, un economista ultraliberal, como secretario de Programación y Coordinación. Ese mismo día, Rodrigo aumentó sideralmente los combustibles y un 75 por ciento las tarifas y volvió a devaluar el dólar: el oficial ya había llegado a 27,60, y el paralelo casi lo doblaba: 53 pesos. Las medidas desembocarían en una espiral inflacionaria, y supondrían una gran transferencia de ingresos desde el sector asalariado a los sectores rurales y exportadores.

Para entonces, según una investigación de la revista Cuestionario, dirigida por Rodolfo Terragno, la canasta mínima de una familia tipo requería unos 6.300 pesos, mientras que el promedio de sueldos industriales en el Gran Buenos Aires rondaba apenas los 2.700.

A principios de julio, la situación explotó.

La elección de una pistola .45 por parte de Atanasof como arma de su reto a duelo a López Rega no era inocente. La sabía manejar a la perfección. Era un hombre acostumbrado a los fierros y sabía usarlos no sólo en el polígono de tiro.

La .45 lo acompañaba las 24 horas del día, igual que por entonces un grupo de que solían exhibir sus escopetas Itaka por las ventanillas del auto cada vez que el senador se trasladaba de su casa a la sede de los municipales platenses, al Senado bonaerense o a alguna reunión política.

Atanasof había llegado al Senado de la provincia de Buenos Aires la lista del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) el 25 de mayo de 1973. Su banca era el resultado de una ardua negociación entre los diferentes sectores -muchos de ellos mortalmente enfrentados – que respondían, por un lado, al candidato a gobernador, Oscar Bidegain, apoyado por la izquierda peronista, y por el otro al candidato a vicegobernador, Victorio Calabró, un dirigente metalúrgico de ultraderecha.

La rama sindical que respondía a Calabró en la Legislatura estaba representada por los diputados Rubén Diéguez, secretario general de la CGT de La Plata, quien no renunció a su cargo gremial en el momento de ocupar la banca; Roberto Guido, Roberto Monicat, del sindicato de trabajadores municipales; Norberto Spagnolo; del sindicato de la construcción. A su vez, Calabró tenía en el Senado provincial a Santiago Atanasof y a Felipe Vieyra.

Rubén Diéguez, íntimo amigo de Atanasof, también era hombre de armas llevar y de culatas pesados en la custodia. Para 1973 entre sus hombres de confianza se contaba Carlos Ernesto Castillo, alias El Indio, que luego pasaría a ser el jefe de la banda parapolicial Concentración Nacional Universitaria (CNU). Hoy Castillo purga una pena a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad.

Unos días antes de la renuncia de Bidegain, reconocido como uno de los estrategas para correr al gobernador y entronizar a Calabró en la Provincia, Atanasof había sufrido un atentado en La Plata, cuando un comando de una organización de la izquierda peronista le disparó una ráfaga de ametralladora sin dar en el blanco.

Para mediados de 1975, Victorio Calabró ya había establecido estrechos vínculos con sectores del Ejército y empezaba a trabajar en las sombras para derrocar a Isabel Perón. Su papel en el golpe que se concretaría el 24 de marzo de 1976 sería reconocido por los dictadores con un gesto: fue el único gobernador peronista que esperó a los golpistas en su despacho de la Casa de Gobierno y de allí se fue tranquilamente a su casa, sin que jamás lo molestaran.

En ese contexto, el desafío a duelo de Atanasof a López Rega fue leído como una movida más de Calabró -a través de una de sus espadas más importantes – para desestabilizar al gobierno de María Estela Martínez de Perón.

“La Nación tiene un cáncer”

José López Rega no prestó mayor atención al reto de Atanasof. Tenía preocupaciones mucho más grandes. No sólo la CGT y las 62 Organizaciones lo enfrentaban abiertamente y buscaban forzar su renuncia, sino que el Ejército había dejado trascender que era el ideólogo y jefe de la Triple A.

Un cable de la agencia Associated Press decía por esos días: “El Ejército elevó hace más de dos meses un informe sobre grupos terroristas de extrema derecha, en el que se hacían referencias concretas a López Rega. Los partidos opositores especialmente los izquierdistas, habían acusado al Gobierno de tolerar y hasta alentar a una llamada ‘Alianza Anticomunista Argentina’ (AAA), organización ultraderechista que se atribuyó el asesinato de más de 200 peronistas de izquierda y marxistas. LA ‘AAA, dirigió también amenaza de muerte contra numerosos legisladores, políticos, líderes obreros, artistas e intelectuales, a algunos de los cuales obligó a exiliarse”.

El lunes 7, en plena jornada de paro general, Atanasof denunció que López Rega no había recibido respuesta a su desafío y reiteró su reto:

-La Nación tiene un cáncer -dijo refiriéndose a López Rega – y me siento cirujano para extirparlo.

López Rega jamás respondió al desafío del senador Atanasof. Sus horas en el poder y en la Argentina estaban contadas. Apenas unos días después, el 11 de julio, presentó su renuncia y se fue del país, protegido con un cargo de “embajador plenipotenciario” que le otorgó María Estela Martínez de Perón, gracias al cual pudo viajar a Madrid y salvar por muchos años el pellejo.

A principios de 1986, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, la Justicia argentina hizo un pedido de captura internacional. En marzo, el FBI lo capturó en el aeropuerto de Miami y poco después lo trasladó a Buenos Aires. Murió el 9 de junio de 1989, antes de recibir la condena.

Colaboró: Florencia Giani

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