Facundo Biosca (32) conoció a Luna cuando vivía en el sur de Brasil, en Itajaí.

La perrita llegó a la casa en la que Facundo vivía junto a su expareja, Tati, luego de ser rescatada de un hogar en el que había sido maltratada.

Cuando Facundo decidió que era tiempo de volver a Argentina y retomar contacto con sus raíces en Buenos Aires o Entre Ríos, el dilema fue cómo enfrentar el viaje con Luna. El avión era caro y los micros no permiten animales. Imaginó la posibilidad de un viaje en bicicleta. Le sonó imposible, pero sólo por un instante.

“Hubo gente que viajaba en bicicleta que me lo recomendó y salí el 13 de abril de 2016 desde Itajaí. En cuatro meses llegué a Gualeguaychú”, cuenta Facundo.

¿Por qué viajar con la perra? “La había adoptado y era mi responsabilidad. El medio que yo elegí fue para viajar con ella, y si no hubiera tenido que dejarla”, afirma.

En la bicicleta Facundo lleva todo lo que necesita para el viaje. Por estos días pasa por Córdoba. Agua, algo de comida nutritiva en sus bolsos, una buena carpa para cualquier clima y el canasto donde Luna se acostumbró a viajar sin ladrar.

“Al viaje con Luna lo fui descubriendo en el camino. Terminó siendo mejor de lo que yo esperaba. Cuando comenzó pensé que me iba a condicionar el viaje pero finalmente me di cuenta de que me abrió un montón de puertas y me posibilitó hacer cosas que no me hubiera imaginado”, dice.

Durmieron frente a paisajes increíbles, pero también en un museo, en estaciones de servicio, en terminales de ómnibus o en un centro de salud.

Facundo asegura que después de la peor noche el amanecer es más hermoso y recuerda cuando los sorprendió una fuerte tormenta y terminaron durmiendo debajo de los pilotes de una vieja iglesia. “Fue en un pueblito de Brasil, la pasamos mal, con lluvia y frío. Al otro día, cuando despertamos vimos el sol y nos dimos cuenta de que estábamos al lado de una cascada impresionantemente hermosa”, relata.

Nuevas metas

Facundo decidió que sus metas iban a cambiar a partir de una enfermedad que lo dejó al borde de la muerte. “Tuve peritonitis y me operaron dos veces de urgencia en 15 días”, cuenta.

Luna venía de ser maltratada y tardó unos cinco meses en tomar confianza con su nuevo amigo y dueño.

“Me costó seis meses entrar en ella, que confiara y me dejara acercarme. Cuando comenzamos el viaje confiaba nada más que en mí y a medida que fue conociendo gente se fue abriendo”, dice sobre Luna.

“En mi caso, empecé a ver la vida desde otro lugar a partir de una enfermedad. Supuestamente no iba a trabajar más de lo mío”, relata y añade: “A partir de eso y de aceptar que ese trabajo no iba a formar parte de mi vida me hizo separar de esas aspiraciones laborales que tenía y descubrir otras”.

Viajar con su perra le abrió el camino para conocer a mucha gente que se deslumbra con la historia del recorrido que comenzó hace dos años, tuvo sus tiempos de descanso o de trabajo, pero sigue hasta estos días de mayo, esta vez en Córdoba.

“Cuando uno viaja en bicicleta rompe un poco con el preconcepto de que el otro te puede hacer mal. Y viajar con un perro genera mucho más empatía. Es como si llegaras a los lugares y te estuvieran esperando amigos”, afirma Facundo. “La gente te trata como a un amigo. Conseguí muchos hospedajes, comida”, agrega.

Aprender cada día

El aprendizaje se hizo cotidiano. “A medida que viajaba mi percepción del viaje fue cambiando. Dejé de trasladarme de un lado a otro para vivir cada lugar por el que pasaba, con toda la riqueza y posibilidades que me daba”, sostiene Facundo. “Descubrí también que nunca antes me había sentido tan bien con la vida como cuando viajo en bicicleta. La conexión con la vida es diferente, con la gente y conmigo también. Siento que todo fluye en armonía”, añade.

Para Facundo, lo que más resalta de su experiencia es que “el mundo está lleno de gente maravillosa”.

La pregunta que llega al final es: ¿Cuándo termina tu viaje?. La respuesta encuentra tres palabras:

–No tengo idea.