“Nos traen cafeteras de 30 o 50 años para arreglar una manija o cambiarle el embudo. Son bastante reacios a tirarlas o a cambiarlas. Es un producto que dura mucho y es de uso diario. Entonces porque los acompañó durante toda su vida, le han agarrado cariño. Eso nos reconforta mucho, es un orgullo que los productos que hacemos tienen tanto impacto en la vida cotidiana de las personas”, cuenta a Infobae Adrián Osono del vínculo emocional que tienen los clientes con “su” cafetera.

Adrián tiene 36 años, es la segunda generación de esta pyme familiar y socio junto con sus padres, Antonio y Ana María Osono. Desde hace 68 años fabrican en la localidad de Caseros “La Volturno”, la cafetera de origen italiano más famosa del mundo.

El nombre Volturno se lo puso Aníbal Dall’Anese, el napolitano que trajo el dominio para producir la cafetera en Argentina en 1951. Cuando todavía vivía en Italia, lo enlistaron para ir a la Segunda Guerra Mundial e iba a zarpar en un acorazado que se llamaba “Volturno”.

La historia cuenta que Aníbal estaba enfermo y no se pudo subir a ese barco que finalmente terminó hundido por los enemigos.

Cuando inmigró a la Argentina, rememorando esa anécdota donde le escapó al destino trágico, bautizó a la marca Volturno. Nombre que también designa a un río del sur de Italia que fue escenario de las batallas para la unificación el país que encabezó Giuseppe Garibaldi en 1860.

Hoy Volturno, en Argentina, es sinónimo de máquina de café.

Antonio Onoda fue el segundo socio fundador. Es hijo de padre japonés y madre española. “Yo a los 9 años ya vendía flores. Es lo que pasaba en una familia media-pobre que huía de la guerra. Subsistimos a todo”, señala a sus 79 años desde su escritorio en el primer piso de su fábrica Volturno.

Onoda empezó su actividad como industrial hace 65 años. Ya a los 17 años se había podido comprar su primer torno y trabajar en el taller del fondo de su casa. Le pidió entonces trabajo a Dall’Anese y empezó a trabajar las piezas de la cafetera a destajo.

El volumen de trabajo aumentó y Onoda, en 1951, se asoció con Dall’Anese. Juntos fundaron la marca. Con apenas dos empleados, muy rudimentariamente empezaron la historia de esta pyme familiar.

En 1967 la sociedad se amplió: incorporaron al italiano Antonio Varriale, que provenía del rubro textil, y fundaron la “Fábrica Argentina de Cafeteras SRL”. Los tres socios están representados en los tres puntos arriba de la “V” del logo de Volturno.

Ya por 1974 tenían dos locales y 43 empleados. “Y ahí fuimos evolucionando, hemos hecho nuevas incorporaciones de tecnología, pero después nos estancamos porque algunas épocas del país no ayudaron mucho”, señala Antonio Osoro.

Más tarde, y por diferentes motivos, él les compra a sus socios las partes de la empresa y la va afirmando como un proyecto familiar junto con su esposa Ana María, responsable de comercialización y redes sociales y su hijo Adrián, también a cargo de tareas administrativas y comerciales.

Antonio es un ejemplo de movilidad social ascendente de la Argentina de las décadas del ’50 y ’60. La sociedad de consumo de esa época, ávida de adquirir los artefactos de la vida moderna, es clave para el éxito de la marca. Gracias a esto, en 1973 Antonio tiene la posibilidad de llevar a su padre, después de 55 años de vida alejado de su tierra natal, a visitar Japón.

La historia de un ícono de la “modernidad”

Volturno imita la tecnología de la cafetera italiana Bialetti de 1930. Esta cafetera fue revolucionaria porque incorporó el concepto de máquina, velocidad en la producción de café y diseño geométrico y futurista al espacio de la cocina doméstica.

Bialetti es un ícono del diseño y del renacimiento de la industria italiana en plena depresión económica de los años ´30 y ascenso del fascismo en Italia. Desde ese entonces, nueve de cada diez hogares italianos tuvieron una cafetera Bialetti en sus casas. Con esta cafetera se podía obtener una taza muy similar al espresso, de forma rápida y simple, en la intimidad del hogar. Vapor y aluminio son las claves de esta democratización en la cultura del café.

En las cocinas argentinas consiguió tener una preponderancia similar y llegó acá más que como símbolo de lo italiano, como expresión de modernidad.

Sobre los efectos de este modelo de cafetera en el país, Agustina Román, barista y tostadora porteña, comenta: “Es la cafetera de los abuelos, del hogar, apta para todo público y se relaciona con el primer contacto o con los primeros pasos que se da con el café. Es una cafetera histórica emparentada con la intensidad y concentración de un espresso“. Funcional, económica, durable y moderna, se ganó el corazón de los locales.

Los pilares de la marca son alta calidad y durabilidad. Adrián Onoda sigue la línea fundadora de valores que inspiraron a esta marca y dice: “Ahora muchos artefactos se hacen para que se rompan en dos o tres años. Nosotros, por convicción de él (se refiere a Antonio) seguimos haciendo un producto que dura muchísimo y lo vendemos a un precio accesible. Si bien en el Rodrigazo y en los noventa que teníamos que competir con lo que llegaba de afuera o en la crisis de 2001 hubo oportunidad de bajar los costos, no se hizo porque la calidad es algo que no se negocia“.

La fábrica es prácticamente monoproducto. Realiza cuatro tamaños distintos de cafeteras, tarda 20 minutos por unidad y produce unas 2000 cafeteras por mes. La fabricación todavía es un proceso muy artesanal. “No es que hay una máquina donde entra el lingote y sale la cafetera”, aclara Antonio.

El espacio de trabajo está dividido en diferentes estaciones de producción por donde va rotando cada pieza hasta el ensamblaje final. Todo empieza en la fundición, de donde salen las primeras partes de un color metalizado y opaco. Pasan al torno donde se genera la rosca para unir las dos cámaras de la cafetera. Luego se pulen cada una de las terminaciones octagonales, se abrillantan, se lavan, se cubren en aceite para lustrarlas, se limpian con detergente, se deja secar en una pileta de grano, se le agrega la válvula y así empieza a tomar forma la Voltuno.

Cada paso tiene un saber y oficio específico del cual depende todo el proceso, desde el tornero hasta el fundidor, pasando por la persona que perfora el filtro y graba el logo de la marca. Volturno hoy cuenta con estructura de 12 empleados, la mayoría con décadas en la empresa. 

“El ultimo que se jubiló hace dos años, tenía 40 años de servicio”, comenta Antonio. “No hemos tenido que echar gente por falta de trabajo. Si pasó que tenemos menos empleados que hace dos o tres años. Cuando se fueron jubilando y, viendo que había una perspectiva económica compleja para la industria nacional, dejamos de tomar gente. Tratamos de reorganizar, redistribuir, rediseñar procesos para hacer las cosas más fáciles”, agrega Adrián. Hoy están aggiornardo el esquema, la última gran adquisición fue en 2014 con un torno automático y un brazo robótico.

El clima general en Volturno es muy amigable y distendido: cada trabajador parece conocer con sumo detalle la rutina de trabajo y el trato con los dueños es muy cálido e informal. Este enclave fabril excepcional parece perdido en el lejano siglo XX, lejos de modelos de trabajo actuales. Al respecto, Antonio hace un comentario muy singular: “Los obreros son como la familia de uno. Convivimos con ellos, están acá todo el día, uno los trata como a uno mismo. Sabemos que depende de nosotros que ellos estén bien y que el crecimiento nuestro es también gracias a ellos”.

La oficina tiene una atmósfera muy ochentosa, interrumpida por los colores estridentes de los juguetes de Benjamín, el hijo de Adrián. La familia sigue creciendo y todos, incluso la esposa de él, trabajan en esta fábrica. Volturno es más que una pyme familiar, es energía vital.

“Esto para nosotros es una forma de vida”, comenta Adrián. “Nos gusta levantarnos temprano, venir acá y laburar. Vengo acá todos los días con mi hijo que tiene un año y 8 meses. El horno se prende 5:45, nosotros llegamos 6 y media y a las 7 llega todo el personal y arrancamos a producir”. Ana María también remarca: “Estamos orgullosos de fabricar. A pesar de todas la crisis que tuvimos, siempre nos mantuvimos muy austeramente porque lo más importante para nosotros es la fábrica que le da de comer a muchas familias“.