Un largo memorándum de inteligencia, con fecha del 22 de febrero de 1977, analizó las “perspectivas para la Junta” que gobernaba desde el 24 de marzo de 1976 con Jorge Rafael Videla como cabeza de la dictadura. A pesar de que, por la naturaleza del golpe, se debería suponer que “el régimen [tenía] virtualmente poderes ilimitados”, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) advirtió que en Argentina las cosas podían ser extrañas: prevalecían “unas prácticas políticas” y un “comportamiento de los militares” poco habituales.

Numerosos documentos desclasificados que integran el paquete recientemente entregado por los Estados Unidos siguen las intrigas palaciegas del país, que entonces creaban divisiones y alianzas tanto entre civiles como entre militares, y a veces entre ambos grupos. Muchos de ellos se concentran en una figura que parece haber impresionado a diplomáticos y espías como el epítome del chanchullero: Emilio Eduardo Massera.

“La política argentina está marcada por una intensa competencia entre los sectores políticos, que son extraordinariamente celosos de sus prerrogativas, incluso para los estándares de América Latina“, explicaba sutilmente el imperativo de las internas. “Aunque la competencia es apasionada, las partes interesadas —incluidos los militares— se encuentran unidos por un conjunto complejo de inter-relaciones”.

Tras mencionar que las instituciones formales permiten estas contiendas “sin restricciones” y enfatizar el peso superior de “las ambiciones personales”, el texto analizó las presiones civiles y las militares sobre la junta. Y entre las segundas, rápidamente surgió el perfil de Massera.

“Videla está comprometido con una forma de mando militar moderado en todas las áreas excepto la contrainsurgencia”, dice la CIA, que en este y otros documentos nunca creyó en los “excesos” que argumentaban las jerarquías, sino en un plan de represión coordinado. “El enfoque conciliatorio de Videla le ha causado problemas, sin embargo, en particular provenientes de oficiales rivales”. El ministro de Planificación Ramón Díaz Bessone, quien “había diseñado el establecimiento del puesto que ocupa hoy”, “contra la voluntad del presidente”, por lo cual se había ubicado primero en la sucesión de Videla, fue mencionado.

Párrafo aparte mereció Massera.

“El jefe de la armada y par en la junta militar, el almirante Massera, ha sido especialmente estridente en su crítica del presidente, aparentemente para obtener el apoyo de los oficiales que se oponen a los modos moderados de Videla”, destacó la CIA. “Las tácticas de Massera son descaradamente oportunistas y de conveniencia; se dice que está en contacto con ciertos civiles interesados en verlo ascender”.

Ya en diciembre de 1976 un cable de la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires había transmitido al Departamento de Estado en Washington la lección sobre internas militares que Massera había brindado a dos diplomáticos durante una cena. “Dijo que dentro del ‘partido militar’ se han definido ahora dos grandes agrupamientos”.

Del primero “se describió a sí mismo como el líder”: una “facción pluralista, democrática”, que contaba con el apoyo de la fuerza aérea, la marina y el “ejército del interior”, es decir de las provincias. Agregó que ese grupo representaba la mayoría dentro de las fuerzas armadas.

El otro, en cambio, se centraba “en el liderazgo máximo del ejército y tiene el apoyo de una pequeña minoría”. Nombró a Roberto Viola como su figura principal. “Este segundo grupo, sostuvo Massera, es anti-estadounidense, anti-democrático y tiene vínculos con la izquierda“. Para sorpresa de los diplomáticos, ya asombrados de esa descripción, Massera agregó que ese sector “es también el que impide la publicación de la lista de detenidos por el gobierno”; y “si no fuera por el ministro del Interior [Albano] Harguindeguy”, los nombres “se hubieran difundido hace mucho”.

El embajador Robert Hill, autor del cable, agregó con ironía: “La facción mayoritaria (y, por inferencia, él mismo) sintoniza mejor con el tema de los derechos humanos”. Y comentó: “No hace falta decir que la descripción de Massera del grupo Videla-Viola como ‘anti-democrático y vinculado a la izquierda’, mientras que la otra facción es ‘pluralista-democrática’ es simplemente interesada. Videla y Viola son, por cierto, igual de democráticos que Massera, lo cual no es decir mucho“.

En lo que los diplomáticos describieron como “el monólogo de Massera”, no faltaron palabras sobre Videla: “Débil, indeciso e incapaz”. Se anunció, también, que habría “una definición del poder” en los siguientes dos o tres meses, pero que no se pedía para ella “el apoyo de los Estados Unidos”.

El telegrama concluyó por considerar que Massera confirmaba “el desacuerdo entre los principales líderes militares y las causas de las tensiones y luchas internas sobre las cuales hemos tenido algunos indicios”, pero también “las ambiciones de Massera”, que habían ya sido “reconocidas durante largo tiempo”, aunque poco antes de esa cena “ha habido alguna prueba que sugiere que se habría resignado a retirarse como un almirante y no como presidente”. El brioso monólogo parecía contradecir esas evidencias; y acaso se veía a sí mismo como una cuarta figura, “un primer ministro resultante de la ‘redefinición del poder’“.

La mano de Massera se vio en un incidente que causó tensiones en las prósperas relaciones económicas de la última dictadura con la Unión Soviética. Entre finales de septiembre y comienzos de octubre de 1977 se detectaron varios buques pesqueros extranjeros operando sin permiso en aguas argentinas. Hubo persecuciones y disparos; quedaron detenidos nueve barcos soviéticos y dos búlgaros, mientras que otros lograron escapar.

La prensa le atribuyó la decisión a Massera. La CIA también: “El incidente de disparos entre barcos de guerra argentinos y pesqueros soviéticos y búlgaros puede ser resultado de la creciente presión sobre el presidente Videla que pone su par de junta, el jefe naval Massera“.

Agregó el mensaje 152 del 3 de octubre de 1977: “Massera, probablemente para aumentar su prestigio político, ordenó que los destructores argentinos abrieran fuego contra los pesqueros cuando infringían el límite territorial de 200 millas. Por coincidencia o a propósito, últimamente la marina ha hecho ver que aparece como defensora principal de la soberanía nacional“.

Para completar la actuación, el marino Gualter Allara, subsecretario de Relaciones Exteriores, se quejó formalmente al encargado de Negocios de la URSS en Argentina, Guennady Sazhenev. Pero el cónsul del Kremlin, impávido, respondió que su gobierno no había participado en el lamentable incidente, ya que las naves pertenecían a dos empresas que debían ser responsabilizadas.

“Sin dudas Massera intentará explotar estos incidentes”, especuló el cable. Eran los tiempos de las tensiones con Chile por el Beagle. “Ya ha hecho la declaración incisiva de que la marina está preparada para preservar la integridad geográfica de Argentina, una afirmación de conveniencia claramente diseñada con fines políticos“.

El texto recordó que el entonces almirante ya había tratado de “inquietar a Videla, a quien considera indeciso, ineficaz“. En los meses anteriores al incidente, “Massera se ha vuelto abiertamente crítico de las políticas económicas del gobierno y de declaraciones de Videla en las que aludió a la preeminencia del ejército”.

Pero además de estos “ejercicios de fortalecimiento de imagen” de la marina, la CIA destacó que Convicción, diario vinculado a Massera, había “atacado el viaje de Videla a Washington, comparando a los firmantes de la declaración de apoyo al Tratado sobre el Canal de Panamá con ‘lacayos’ que acatan un llamado del ‘jefe’“. La respuesta de Videla fue prohibir la circulación de Convicción por tres meses. “La rivalidad entre las fuerzas, en particular entre el ejército y la armada, es característica de las fuerzas armadas argentinas”, aclaró el autor del cable.

Por último, a finales de enero de 1978, a la vez que argumentaba contra un artículo aparecido en The Washington Post sobre una presunta grieta en la junta, el Centro de Operaciones de la CIA desmereció los esfuerzos conspirativos de Massera.

Tras recordar que desde el primer momento el titular de la armada “convirtió en hábito la expresión de su descontento con Videla”, dado que era “un oportunista desvergonzado que claramente espera socavar la confianza en el presidente y promover sus propias ambiciones”, la CIA señaló que hasta ese momento, “esta práctica no lo ha llevado a ningún lugar, aunque es una molestia considerable para Videla”.

Lo más importante, destacó, era que al “ambicioso Massera” se le estaba “agotando el tiempo para influir en la política interna: le toca su retiro obligatorio más adelante, este año”. Y al perder la actividad, perdería “inclusive la limitada capacidad que tiene ahora de influir a otros militares contra Videla”. Acaso, especuló, estos movimientos eran su decisión de “dejar una marca tan grande como fuera posible” antes de pasar a retiro.