Qué nos pasa en el segundo año de pandemia y qué puede ayudar a sobrellevarlo. Entrevista a María Laura Genoni, doctora en psicología y neurociencias aplicadas.

La sensación es de agobio. Es que 2021, el año en el que estaba depositada la esperanza, vino con todo lo malo de 2020, pero recargado: la curva de casos de Covid-19 se empina, el sistema de salud y el personal sanitario está agotado, las muertes se acumulan, las nuevas variantes de coronavirus (más transmisibles y virulentas) se propagan. La vacunación, la mayor fortaleza en este escenario dramático, avanza más lento de lo esperado en casi todo el mundo, Argentina incluida.

Estamos frente a una segunda ola también en el aspecto emocional. Y cada persona tiene diferentes herramientas para “surfearla” mejor o peor.

Así lo destaca en diálogo con Clarín María Laura Genoni, doctora en psicología y neurociencias aplicadas cognitivas, investigadora en proyectos de neuroliderazgo, neuroeducación y neuromanagement y referente en esa área, en la que cuenta con amplia trayectoria en la asesoría de líderes de empresas nacionales e internacionales.

Genoni, quien también es docente en la UADE e integrante del equipo de MBA y EMBA en la Universidad de San Andrés, sostiene que “dadas las circunstancias que nos toca vivir, la gran mayoría no escapa a sensaciones encontradas respecto a los desafíos que afrontamos y cómo se ven afectadas las emociones diariamente”.

Entre las situaciones que mayor impacto generan desde hace más de un año está el cambio en las formas de sociabilización, a nivel familiar, laboral y de amistades. No hay relación que no se haya visto afectada.

“Todos entendimos la necesidad de evitar el contacto para reducir las chances de contagio en esta pandemia, pero eso trajo consecuencias y cambios en nuestras rutinas. En aquellas donde lo social, el cara a cara, el contacto era cotidiano hubo que adaptarse al mundo virtual como alternativa, consiguiendo diferentes resultados. Ya sabemos que no es lo mismo lidiar con un conflicto laboral a la distancia, ver a nuestros familiares a través de una webcam, la interacción entre amigos frente a una computadora o el simple hecho de encontrar el espacio en casa para nosotros, para estudiar, trabajar”, enumera la especialista.

Un año más, un nuevo desafío emocional

Tras el “veranito”, la situación epidemiológica forzó las nuevas restricciones y el llamado ferviente a intensificar los cuidados. La sensación es que la luz al final del túnel todavía no aparece.

“El resultado suele ser distinto para cada persona, las sensaciones y las emociones también. Desde los cambios cotidianos menores a los de mayor impacto pueden provocar emociones no deseadas como miedos, tristezas, angustias, enojos, frustraciones y hasta diferentes niveles de depresión si en el proceso de adaptación no se logra un resultado positivo en el corto plazo”, advierte Genoni.

-Muchas personas hablan de una especie de sensación de déjà vu, de volver a transitar lo ya vivido, con el estrés de un año acumulado encima. Vivimos como en una constante adaptación a la “nueva normalidad”. ¿Podemos hacer algo contra eso?

-Lo primero que tenemos que comprender es que el cambio es constante y es necesario saber responder a la incertidumbre para no desgastarnos en el proceso. Desde las neurociencias, una sugerencia es intentar regular la actividad amigdalina, lugar clave del cerebro que forma parte del sistema límbico y tiene como rol central al procesamiento de nuestras emociones (ver consejos más abajo).

La falta de aceptación o el miedo al cambio como parte de una adaptación, suele producir una sensación de falta de control y provoca que se activen internamente los circuitos de defensa al percibir el hecho como una amenaza a nuestra zona de confort.

La capacidad de adaptación es una condición de cada persona, algunas lo pueden hacer sin grandes dificultades y para otras es un gran desafío. A veces, la diferencia está en dónde se coloca el foco y cuánto tiempo nos lleva el proceso.

-¿Qué papel juega en ese aspecto la incertidumbre y la falta de horizonte claro?

Para entender este tema desde las neurociencias, es importante destacar que a la mente le encanta tener todo bajo control y, en su esencia, tiene como meta principal el poder sobrevivir buscando siempre tener previsibilidad.

La planificación nos da la sensación de control y cierta visión de los próximos pasos. Hay quienes lo necesitan en todos los aspectos de su vida y aquellos que son más flexibles. Por ejemplo, quien sale de vacaciones sin planificar dónde dormirá o su regreso, solo con la meta de distenderse, mientras que otros necesitan una planificación paso a paso como las instrucciones de un GPS para no angustiarse y lograr el mismo objetivo de pasarla bien.

La sensación de conocer el camino hasta una meta definida es algo que despierta tranquilidad en las emociones de nuestro sistema límbico.

Desde el año pasado, el mundo entero convive con la incertidumbre de cuándo se podrá volver a aquello que conocíamos como “normalidad”, básicamente, a tener alguna certeza sobre el final de la pandemia. Cuando leemos o escuchamos a científicos aventurar fechas sobre ese posible momento, más allá de tomarlo como datos válidos o no, internamente nos genera una visión natural de previsibilidad.

Un jugador de fútbol necesita tener el arco a una distancia y en un lugar fijo para lograr su objetivo de convertir un gol. De la misma forma y en diferentes ámbitos de la vida, nuestro cerebro necesita previsibilidad para lograr nuestros objetivos.

-La información ¿favorece la incertidumbre o contribuye a calmarla?

El estar informados colabora en gran medida a bajar la incertidumbre, aunque si abusamos, puede llegar a ser perjudicial para nuestra salud. Lo recomendable en estos casos es determinar en nuestra rutina de qué manera voy a informarme y en qué momentos al día.

Por otro lado, las emociones se pueden contagiar y es importante estar atentos a nuestro entorno para evitar una sobrecarga de malestar. No solo nos interesa saber lo que ocurre en el mundo, sino que también al círculo de personas que nos rodea.

Prestemos atención a ambas fuentes de información, pero debemos diferenciar lo importante de lo secundario para no sentirlo como una ola de datos a procesar constante que sume más incertidumbre o emociones no deseadas.

-Se habla mucho de “fatiga emocional”, ¿cómo afecta a nuestra vida afectiva y laboral?

Cuando nos sentimos cansados a nivel emocional, solemos tener menos tolerancia a las situaciones que nos rodean. Básicamente, sentimos que ya no podemos lidiar con todo o con una situación muy específica que nos preocupa. Es por eso que podemos sentirnos irritables, desmotivados o agotados físicamente aún sin haber hecho ejercicios físicos.

El conocido síntoma laboral de “burnout” es, ni más ni menos, la suma de un cansancio emocional, mental y físico.

Este trío, mente-emociones-cuerpo están conectados, por lo tanto ciertas situaciones repentinas o extremas, pueden tener como consecuencia una respuesta fisiológica, tales como un incremento de adrenalina, cambios en nuestro ritmo cardiaco o alteraciones físicas, que pueden afectar nuestra vida afectiva o laboral.

-¿Qué recursos cuentan con evidencia para evitar o reducir las consecuencias negativas de la segunda ola, a nivel emocional?

A nivel neurociencias está muy estudiada la meditación y su impacto en el cerebro. Las personas que meditan suelen estar en mayor equilibrio emocional y gracias a esto, pueden rendir mejor a nivel cognitivo, sufren menos estrés y tienen mejores recursos para afrontar momentos difíciles.

La actividad física regula nuestro cuerpo en múltiples sentidos y favorece la estimulación de algunas hormonas como la dopamina, que nos ayuda a sentirnos más audaces y motivados, o la oxitocina que permite sentirnos más estimulados y refuerza nuestra capacidad de empatía.

Una dieta equilibrada, la recreación mental, cuidar el balance entre vida afectiva y laboral, el descanso adecuado, son algunos de los pilares que no debemos descuidar para estar preparados ante los desafíos emocionales de todos los días.

Fuente / Clarín Salud