La participación de un participante en el programa de Santiago del Moro en ¿Quién quiere ser millonario? conmovió a toda la audiencia. Se trata de Andrés Terrile, un joven no vidente de 30 años oriundo de Formosa que vino a Buenos Aires para estudiar la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UBA, y ganó en el show una suma que destinará a su hobbie preferido: el tenis. 

Terrile ganó el premio de 500 mil pesos, y explicó que precisaba dinero para viajar el año que viene a Miami y participar de un torneo de tenis para ciegos. “Me dedico a muchas cosas, toco el piano hace años. Y laburaba hasta hace muy poquito en una obra del grupo oscuro que se llama La isla desierta, que son los iniciadores de la técnica del teatro ciego”.

Fue en el 2018 que Terrile contó a este medio su experiencia. Su fanatismo por el tenis comenzó a fines de 2014 cuando conoció a una profesora de tenis que le propuso probar la nueva modalidad para personas con ceguera total o con algún grado de disminución en la vista. “Siempre digo que llegué al tenis de casualidad. Ella me insistió y le di el gusto, no quise quedar tan testarudo”, contó entre risas a Infobae.

“Terminé descubriendo un deporte que no sabía que las personas ciegas podíamos practicar. Me llevó tiempo aprender. Necesité tres clases hasta que le pegué a la pelota. Pero de a poco fui ganando destreza y fui incorporando la raqueta como una prolongación de mi cuerpo. Recuerdo el día que uno de mis compañeros de juego me tiró una pelota y se la pude devolver: ¡Fue glorioso!”. 

El tenis para ciegos se juega en una cancha más reducida que la convencional. Tiene 12,80 por 6,10 metros, con una red a 83 centímetros de altura para los ciegos totales, y a 90 para los que tienen algún resto visual. Las líneas perimetrales están marcadas con una soga de unos 3 milímetros de espesor adherida al piso con una cinta, lo cual sirve de relieve y permite a los jugadores ubicarse por medio del tacto con la raqueta o con los pies.

Andrés tomó dimensión conceptual del espacio de la cancha a través de una maqueta. “En mi primera clase recorrí con mis manos el perímetro marcado y la localización de la red. Después empecé a trabajar la ubicación de la pelota en el espacio; al principio me la tiraban de rastrón, al ras del piso”, recordó.

Para ciegos totales, se permite hasta tres piques. Si el deportista tiene la capacidad de divisar algo al menos, se permiten dos piques. Se juega con raquetas juniors, que son más chicas que las convencionales, y tienen menor distancia entre el mango y el centro de la raqueta. Los tantos se suman como en el tenis tradicional.

“Cuando uno no ve es necesario contemplar otras cosas, como escuchar todo el espacio, calcular las distancias, las alturas. Porque a diferencia de otros deportes -como el fútbol, que se juega en dos dimensiones: adelante y atrás, derecha e izquierda- el tenis se juega en tres dimensiones: la pelota va hacia todos lados, toma trayectorias diferentes, va hacia arriba y hacia abajo, en diagonal, en paralelo”, enfatizó el joven.

A nivel mundial, el tenis para ciegos y disminuidos visuales es un deporte nuevo. Nació hace casi cuatro décadas en Japón, sede de la Asociación Internacional de Tenis Para Ciegos (IBTA), según sus siglas en inglés, que organiza encuentros y torneos. A través de la Asociación Argentina de Tenis para Ciegos (AATC), la Argentina es uno de los diez países del mundo que tiene representación en el ente mundial.

La falta de visión no le impidió aprender a tocar el piano, seguir una carrera universitaria, llevar adelante un programa de radio, incursionar en la actuación y ser sonidista de una obra de teatro. “Siempre concebí mi vida sin realidades paralelas, en interacción con los otros, con el mundo”, destacó.

Con el tenis sumó más aún. “Cuando descubrí el tenis para ciegos también descubrí mi cuerpo”, reflexionó.  “Estaba dedicado a actividades que desarrollaba en una zona de confort, sin tanto protagonismo del cuerpo. Cuando empecé a jugar al tenis descubrí capacidades que yo no conocía, como el desplazamiento, la orientación, la espacialidad. Eso me hizo sentir libre: por utilizar mi cuerpo en capacidades que desconocía y, también, por poder elegir entre practicar o no, otro deporte. Me siento empoderado porque puedo hacer otro deporte. En ese sentido, creo que gané libertad”.

Durante el programa, el conductor le preguntó si podía contar cómo era su mundo. Andrés le respondió: “A mí no me gusta hablar de mi mundo porque creo que inconscientemente se genera la idea de que cada uno pertenece a un mundo distinto. Creo que a mí y a todos nos gusta ser parte del mismo mundo… A veces la gente se deja avasallar por lo audiovisual y eso hay que repensarlo. Creo que tengo las mismas herramientas de ustedes pero, al no ver, necesito desarrollarlas más“.