En el siniestro vial ocurrido el 15 de septiembre de 2002, murieron 47 personas al desbarrancar un colectivo que regresaba de Catamarca con vecinos de Concepción (Tucumán), por la Ruta Nacional 38,. Habían venido jubilosos a la Procesión de la Virgen del Valle. El colectivo llevaba una sobrecarga de pasajeros. El accidente es considerado el más importante en la historia en rutas argentinas, por el número de personas que fallecieron.

Era el 15 de septiembre de 2002 y el reloj marcaba las 22.00, cuando lo que se comprobó después que fue “una falla humana” del chofer del colectivo, desencadenó en el accidente fatal en plena Cuesta del Totoral que recorre el departamento Paclín, en Catamarca.
Además de los 47 fallecidos, hubo 26 heridos de diversa gravedad, los que fueron trasladados mediante operativos sanitarios sin precedentes, hacia centros de salud de Catamarca y Tucumán.

El mayor siniestro vial del país

La tragedia de Cuesta de Totoral fue el mayor siniestro vial de un ómnibus de pasajeros de la Argentina. El colectivo de la empresa “Loyola Hermanos” transportaba 73 personas, un número mayor a los 48 pasajeros permitidos en un coche de su tipo.
Todas las personas a bordo eran oriundas de la localidad de Concepción (Tucumán) y habían realizado durante esa jornada una visita y procesión a la Virgen del Valle, en la capital catamarqueña.
Cuando el contingente estaba de regreso hacia la localidad tucumana, circulaban por el tramo más sinuoso de la RN 38 y se encontraban ya a unos 70 km. de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, y a pocos kilómetros del límite con la provincia de Tucumán. El colectivo era operado por Juan José Soberon y fue quién dio la alarma: “Agárrense, que me quedé sin frenos!”, les habría dicho a los pasajeros antes del suceso.

El pasaje se alarmó ante la advertencia y el ómnibus tomó una pendiente pronunciada, lo que hizo que tomara más velocidad. El chofer hacía maniobras peligrosas para la zona en la que circulaba. Al llegar a una curva pronunciada, encerrada entre la montaña y el barranco, el colectivero decidió cruzar al carril contrario y poder sortear esa curva.
Al realizar esta maniobra, se encuentra sorpresivamente con un camión de frente, que llegó a frenar, pero el colectivo no: en el intento de esquivar el vehículo, se coche se fue hacia un empinado barranco de más de 100 metros. Comenzó a caer de forma abrupta y a dar tumbos; primero de punta, es decir, la parte trasera se levantó por sobre la frontal dejando el coche con las ruedas hacia arriba; y luego a rodar sobre sus costados, hasta ser detenido por la vegetación del lugar.

Un total de 47 personas perdieron la vida, y muchas de ellas de forma instantánea, entre ellos el chofer. Las víctimas se cuentan en 34 personas del sexo femenino y 14 masculinos, y de este total 4 eran menores de edad. Otras 25 resultaron con heridas de gravedades distintas, y mucho de ellos con serias secuelas físicas y psicológicas.

El rescate y la causa judicial

Los socorristas llegaron a los minutos, pero las tareas de rescate se vieron dificultadas por la geografía del terreno, la magnitud del hecho y la hora en la que ocurrió. Cuando comenzó la investigación, se encontraron con una cadena de irresponsabilidades.
La primera recayó sobre el dueño del colectivo siniestrado, Raúl Oyola, que fue acusado por homicidio culposo y cohecho, ya que el colectivo no cumplía con ninguna norma de seguridad y no estaba habilitado para circular.
La segunda, fue para dos policías del puesto fronterizo entre ambas provincias, acusados de cohecho. Existen testimonios que aseguran que Oyola sobornó al control policial para que permitieran el paso del ómnibus. Se habría visto obligado a utilizar ese recurso porque la unidad carecía de los permisos reglamentarios y de seguro, y no había sido sometida a control técnico. Además de la sobrecarga de pasajeros y donde habría dicho que llevaba el número de pasajeros permitidos.
La causa por la tragedia fue elevada a juicio oral y público en Tucumán, pero no hubo ninguna sentencia hacia los imputados.

El dolor y el recuerdo de quienes los lloran

“Pasaron 19 años de sufrimientos, de malos recuerdos, de pérdidas que aún hoy duelen. Amigos, vecinos, como olvidar esa noche cuando comenzó el murmurar de la gente de mi barrio de donde había partido ese maldito colectivo que algo malo sucedió. El ir con amigos y siendo el más grande entre nosotros, agarrar el maldito teléfono y llamar tembloroso para consultar en Catamarca si eran verdad los rumores de un colectivo accidentado, y la respuesta menos querida: “SÍ”, pero no tenemos más información. Solo sabemos que “es muy grave”, recuerda un amigo y vecino de algunas de esas almas que perdieron su vida aquella noche fatal en la cuesta.
“Se fue buena gente en ese viaje al cielo y aun hoy se los extraña, se los llora, se sufre el que no haya ‘justicia’ para que por lo menos puedan descansar en paz”.