Habitamos una sociedad donde el miedo se expande e invade el lugar de la esperanza, donde el gobierno se devalúa a la par de la moneda. Recuerdo una frase del Marqués de Sade: “Franceses, un esfuerzo más para llegar a ser nación”. Esa es la convocatoria que nos falta: “Hay un solo camino para recuperar el futuro y es entre todos”. Aclaremos que ese “todos” no es sin contenido, solo abarca a quienes se sienten adversarios y se respetan como tales y a quienes no se imaginan superiores a nadie y asumen ser tan solo una parte de la riqueza cultural y política de nuestra sociedad.

El Gobierno actual y el anterior apostaron a la confrontación, en ambos el sectarismo ocupó el espacio del talento y los fanáticos persiguieron a los inteligentes. Sin que sorprendan los papelones —de ambos bandos— compitiendo en la generación de vergüenza ajena, inconscientes de la ausencia de la propia dignidad con el WhatsApp como lupa para desnudar la expansión de nuestra pequeñez. Sociedad convertida en orquesta sin director, donde cada quien elige su instrumento y su ritmo, donde el aquelarre por momentos asusta y, a veces, olvida las consecuencias de sus actos, donde los ricos demuestran que el dinero quita angustias pero no vuelve a nadie mejor persona.

Siempre admiré en la comunidad judía su fortaleza para enfrentar a sus enemigos, me duele y mucho que los católicos no podamos ser capaces de actuar de la misma forma contra el intento de desvalorización de nuestra fe y más aun de nuestro Santo Padre. La plutocracia actúa en desesperada defensa de sus prebendas, y algunos supuestos “progresistas” los acompañan como esa eterna supuesta izquierda que sirve de instrumento vil de la derecha.

La libertad de pensamiento está muy lejos del derecho a la agresión, la desvalorización y la diatriba de quien piensa distinto, en sus convicciones políticas y mucho más en las religiosas. Fui diputado en los setenta, las agresiones, como siempre, pasaron de la violencia verbal a la física. Los que intentamos pacificar fuimos tenidos por tibios en un mundo de violentos, muy semejante al que demasiados irresponsables convocan hoy. Quien no respeta las ideas no lo hace con la persona, pensar distinto es siempre respetable; dejar de hacerlo y agredir sin límites morales suele ser fruto más de la falta de valores humanos que de la fortaleza de la convicción.

Martín Lousteau no es el único que formula una propuesta de rearmado de nuestra actual estructura política. No digo que coincido, pero entiendo la voluntad de superar divisiones que son más fruto de tradiciones que necesidades del presente. El tema central es pensar con la mente abierta, es el único camino para salir de este destino trágico donde dos candidatos compiten por la dimensión del miedo que generan y la delgadez de la esperanza.

Mauricio Macri necesita dejar lugar a otro asumiendo que ese espacio, el no peronismo, es más importante que su persona. Solo él arriesga el triunfo de Cristina, y ambos saben de sobra que, en caso de ganar, difícilmente puedan gobernar. Un capricho individual no puede llevarnos al riesgo de una confrontación social. Solo falta que, además de la inflación, la pobreza y la deuda nos devuelva a Cristina al poder. Su paso al costado es imprescindible, es su último y único gesto posible.

Los que intentamos superar esa trágica grieta estamos más en deuda que nadie, hasta el momento no logramos ofrecerles a los votantes un candidato y un armado que les permita salir del rechazo y optar por un proyecto. Peronistas, radicales, socialistas y muchos otros de buena voluntad con vocación de encuentro y de forjar una síntesis superadora, no logramos imponer las ideas por encima de las candidaturas. Mientras los hombres se sientan más importantes que las propuestas, la decadencia seguirá enseñoreándose en nuestro pueblo. Hasta ahora abundaron los egos y las mediocridades, un humilde primus inter pares sería un regalo de la historia. Todavía no tenemos noticias de haber recibido ese obsequio.

Asumamos que el triunfo de Cristina es un riesgo que se puede convertir en certeza. La sociedad desesperada le pide grandeza a la dirigencia; esta, como siempre, no está a la altura de las circunstancias. En el peronismo, el radicalismo y el mismo Cambiemos, hay dirigentes capaces y dignos de sacarnos de este personalismo donde la soberbia oculta las limitaciones de la inteligencia. Falta que uno de los dos, Macri o Cristina, renuncie a su candidatura para devolvernos la paz. O que en el restante espacio de la política logremos forjar una propuesta. Son suficientes opciones para sostener el optimismo, casi las mismas que explican los miedos y el riesgo de un horrible mañana. Pacificar y forjar una propuesta o exasperar los ánimos y caminar a la confrontación. Esa es hoy la verdadera grieta, el resto son solo detalles.