No se trata exactamente de una despedida. En su último libro, Diario de un hijo (Sudamericana, 2019), el humorista gráfico Tute -que se llama Juan Matías Loiseau, pero desde muy pequeño adoptó el apodo que lo acompaña en su carrera profesional desde hace muchos años- intenta mas bien hacer un repaso por su vida a partir de uno de los momentos más duros que le tocó atravesar: la muerte de su padre, el también humorista gráfico Caloi.

Por momentos autobiografía, por momentos homenaje, por momentos reflexión ante lo inevitable y lo universal – la pregunta “¿cuánto duele un duelo?” pareciera ser el motor de esta obra– Tute emprende la difícil misión de dibujar su infancia, la adolescencia, su propia paternidad, la elección de un oficio y los altibajos de la vida familiar, entre otros episodios en los que aparecen su padre, pero también los vaivenes del país y otros grandes maestros del humor gráfico argentino como Roberto Fontanarrosa, Quino, Maicas. Lo hace mediante un curioso ejercicio: relata gráficamente -con dibujos que van desde lo súper luminoso hasta la oscuridad total, con trazos marcados por el dolor- la íntima elaboración del duelo y el proceso mismo que lo llevó a publicar su obra.

“Poder entrar en estas aguas no fue nada fácil”, asegura en diálogo con Infobae y agrega: “El libro, de alguna manera, tiene tres registros. Está el registro de los dibujos más propios con el autorretrato y los dibujos donde están mi viejo y mi familia. Por otro lado, está el registro de estos personajes que hago los domingos en la revista de La Nación, que son más anodinos, pero que también soy yo de alguna manera. Ahí aparece, como una suerte de tutor del proceso, mi inconsciente personificado. Y hay un tercer registro que es mi análisis personal, con mi psicoanalista. Decidí incorporar esto al libro, con todas mis dudas del momento, con mis decisiones y contramarchas, idas y venidas sobre el placer que sentía por entrar en estas aguas, la dificultad, los fantasmas, el miedo, el llanto, la tristeza“.

-¿Cómo decidiste lanzarte a contar algo tan particular como un duelo?

-Mi viejo se muere en el 2012 y ese mismo año tomo la decisión de hacer este libro. Estaba en un bar, en Santiago de Chile, en el barrio Lastarria. Había ido apenas para tomarme un cafecito y me quedé hasta la noche.

-¿Tenías algo para dibujar ahí?

-Servilletas. Empecé con esas servilletas a poner todos los títulos de las cosas que quería dibujar para contar esta historia. Armé como una especie de estructura con capítulos. Eso fue en el año 2012. Bueno, ¡no lo pude dibujar hasta el año 2017! Me llevó cinco años poder volver a agarrar este material. Evidentemente necesitaba hacer por lo menos una buena parte del duelo para poder encarar este asunto.

-Algo que se ve en el libro y que quizás habrás vivido en ese tiempo es la pregunta de cuánto duele un duelo. ¿Te apareció a la hora de trabajar?

-¡Sí, claro! Y me respondí que el duelo tiene el tamaño del amor que uno tenía por la persona que se fue. Así que bien valen estos años de duelo (ríe). Incluso, cuando terminé el libro, yo pensaba que era una especie de exorcismo, de duelo dibujado, que una vez que terminara de hacerlo se terminaba también. Y en algún sentido sí y, en otro, claro que no. Con el paso del tiempo uno en realidad descubre que se trata más que nada de aprender a convivir con ese agujero que nunca se termina de tapar. No es otra cosa. La diferencia es que hoy puedo hablar de este libro. Este libro y esto que cuenta, si bien me dejan muy expuesto si se lo pone frente a otro tipo de materiales que he publicado en todos estos años, también es un material que puedo soportar. No es insoportable presentar este libro o hablar de mi viejo. Al contrario, dibujar este libro fue doloroso pero muy reconfortante.

-¿Hiciste alguna búsqueda de otras personas que escribieron o dibujaron duelos?

-No exactamente, pero sí leí muchas autobiografías y novela gráfica. La novela gráfica autobiográfica siempre me produjo atracción y vértigo al mismo tiempo. Cuando la leía en otros u otras me parecía de mucha exposición. ¿Viste cuando estás en la altura, que te produce mucho vértigo pero al mismo tiempo te genera atracción? Bueno, algo así me pasaba frente a trabajos de otros. Me imaginaba cómo sería si yo contara mi historia. Y enseguida me producía un vértigo más grande que la atracción y me mantenía lejos. Pero a partir de la muerte de mi viejo sentí la necesidad de hacerlo.

-Un personaje del libro es tu propio inconsciente. ¿Qué pasa con vos y esta vuelta que siempre hacés al psicoanálisis en tu obra?

-Me interesa el psicoanálisis como sistema, como instrumento o herramienta de análisis. Me parece interesante y me parece que tiene puntos de contacto con el humor. Porque el humor también es una herramienta de análisis. Y podemos sumar a este pequeño grupo la filosofía. Estas tres disciplinas tienen muchos puntos de contacto en cuanto a poner la lupa sobre lo que nos pasa a nivel individual y a nivel social. Y el inconsciente, en este caso, me venía muy bien para jugar el contrapunto. Que no fuera yo contando mi historia sino que hubiera alguien que me pudiera rebatir, que me pudiera sacar algo que yo no quería decir. El inconsciente está ahí para discutirme, que es algo que uno hace en el mismo análisis. El inconsciente, por otra parte, es algo que utilizo mucho, sobre todo en mi trabajo de las páginas dominicales. Eso también está conducido muchas veces por el inconsciente confiando en que el inconsciente funciona un poco como la utopía. No me acuerdo quién era el poeta que decía que la utopía siempre estaba en el horizonte, uno se acerca y la utopía se corre. El inconsciente es algo así: uno a veces lo puede tocar o rozar, pero enseguida se adelanta unos pasos más. Y, a la vez, sabe más de uno que uno mismo (risas). Entonces era el personaje ideal para acompañarme en este relato recordándome cosas que por ahí me incomodaban, discutiéndome algunos falsos recuerdos.

-En tu vida y en Diario de un hijo aparecen personajes que tienen que ver con tu oficio. Por supuesto tu padre, pero también aparecen Quino, Fontanarrosa y otros de tus maestros. ¿Cómo decidiste ponerlos ahí?

-Eso fue lindo. Porque fue como una manera de agradecerles a todos estos dibujantes que me acompañaron en la formación, que leí con devoción, de los que aprendí muchísimo. También son personas a quienes fui a consultar con mis primeros dibujos, para ver cómo venía, qué les parecía. Y cada uno me daba su opinión, desde su punto de vista. Así que todo eso quedó dibujado. Quino, a la cabeza, como el gran maestro de todos, que me negó unas palabras para mi primer libro y que a los 17 años, mucho antes, cuando yo recién empezaba, me dijo una frase que todavía recuerdo y que dibujé en este libro. Fue “hay que meter el dedo más en la llaga”. Casi como una crítica, porque de hecho me acuerdo perfectamente de estar en ese momento, en ese restaurante: yo le miraba la boca nada más a Quino, mientras él pasaba los dibujos, para ver si alguno al menos lo hacía sonreír.

-Nada, cero. Me devolvió los dibujos y me dijo eso, “hay que meter el dedo más en la llaga”.  Años después tuvo gestos enormes conmigo y fuimos amigos, me invitaba a comer a su casa. Yo creo que durante todo lo que llevo de vida profesional estuve respondiéndome a qué se refería Quino con esa frase. Porque, independientemente de por qué me la haya dicho él, para mí fue importante. Creo que justamente el verdadero laburo, el verdadero arte que uno puede llegar a hacer está íntimamente relacionado con el lugar desde donde uno expresa las cosas. Y creo que es desde esa herida, desde esa llaga.

-En tu caso, además, tenías el doble desafío, de encontrar el propio estilo, teniendo un padre humorista gráfico.

-¡La propia herida! (sonríe). El propio estilo, sí, claro. Si uno se pone a pensar qué constituye un estilo, creo que tiene que ver con algunas astucias y muchas limitaciones. El estilo tiene que ver con eso, pero fundamentalmente con una manera de contar lo que uno tiene para contar. En ese sentido, me parece que es un camino largo, de maduración, no hay otra, que uno va encontrando de a poco. En realidad esto tiene que ver con que uno se va encontrando a uno mismo, empieza a conocerse. En la medida en que uno va conociéndose también va encontrando una manera de expresar esas cosas.

-En tu caso tenías a favor el hecho de que tu padre se dedicara a lo mismo que vos y, por otra parte, un padre que te dice “dedicate al diseño gráfico”, no al humor gráfico cuando llegó la hora de elegir un oficio. ¿Cómo fue eso?

-Sí, eso está dibujado en el libro. Es el momento en el que yo hablo con mi viejo y él me dice que me ve para el diseño gráfico, cuando yo toda la vida me había considerado un dibujante y no tenía ninguna duda de que iba a ser humorista gráfico. Pero mi propio padre, que además no es cualquier padre sino uno de los representantes más importantes del humor gráfico en la Argentina, me dice que me ve más para el diseño gráfico. Para mí fue un golpazo.

-¡Sí! Y, además, obedientemente, me inscribí en la Escuela Superior de Diseño Gráfico. Cursé. No llegué a hacer el primer año completo que ya los profesores me pedían por favor que entregara algo estructurado, porque yo presentaba todos dibujos y chistes. Y ahí me metí en la escuela de (Carlos) Garaycochea ya a seguir con lo mío, que era el humor.

-¿Y entonces qué dijo tu padre?

-Nada. Nunca supe por qué me había dicho lo del diseño. Mucho tiempo después, ya publicando en La Nación, y con varios años en la profesión le pregunté por qué me había dicho eso. ¡Y no se acordaba! “¿Yo te dije eso?”, me preguntaba (risas). Yo, por supuesto, me acordaba perfectamente el momento, el lugar, las palabras. Dibujé el metro cuadrado en el que tuvimos la charla en mi casa. No tenía ninguna duda al respecto porque para mí había sido importante y para él evidentemente no, no lo recordaba. ¡Así que no me pudo responder! (risas).

-¿Tu padre llegó a hablarte de tu trabajo una vez que comenzaste a destacarte en esta profesión?

-Sí, totalmente. Y fue muy lindo: yo llegué a sentir la admiración de mi viejo. No fue solamente la aprobación natural de padre. Hay una cosa que funciona, lo sé porque soy papá: hay un orgullo que es automático y funciona de manera automática, hagas lo que hagas. Sin embargo, yo llegué a sentir la admiración de mi viejo, que es algo bien distinto. Encontré a mi viejo -a quien admiré toda mi vida mientras yo estaba en el lugar del que aprende y pregunta- haciéndome preguntas muy puntuales sobre cómo resolvía tal cosa. O haciéndome observaciones o directamente felicitándome por algunos aciertos, entre comillas, desde el punto de vista gráfico o de las ideas. Sí, llegué a sentir eso que es muy lindo por parte de un papá.

-Claro, pero, además, de uno de los grandes referentes de ese rubro.

-Sí, increíble. Y me pasó lo mismo con Quino y con Fontanarrosa, una cosa de círculo linda. Eran tres grandes maestros.

-Una cosa curiosa que aparece en el relato es esta idea de que, desde chico, para vos trabajar era sinónimo de dibujar. ¿Cómo vivís con eso? Porque muchos pueden disfrutar de sus trabajos, pero a la vez uno puede pensar en el trabajo en términos de obligación o de algo que hay que hacer para vivir.

-Bueno, es las dos cosas. Cuando era chico yo veía que mi viejo dibujaba igual que yo o yo igual que él (risas) Yo también dibujaba, ¡la única diferencia era que a mí todavía no me pagaban por eso! (risas). De hecho lo manifestaba, yo era chiquito y me quejaba con mi vieja. Iba y le decía que yo dibujaba Clementes pero no me los pagaban (risas). El humor gráfico, el dibujo como profesión, tienen un punto de arte y un punto de laburo, de oficio casi periodístico. Porque uno trabaja en un diario y hay que hacer todos los días un dibujo humorístico. Entonces no es simplemente dibujar cuando uno tiene ganas o cuando está inspirado. Uno tiene que asegurar que va a llenar ese espacio todos los días, para lo cual hay que sentarse a veces con más o menos ganas. Pero sin duda que me siento un privilegiado al trabajar de algo que siempre me gustó hacer y me sigue gustando y que además siempre le encuentro muchas aristas. Desde hace muchos años para mí el humor se convirtió no en un género, sino en una cosa mucho más interesante, más amplia, en la que caben todas las cosas. Puedo contar lo que quiera a través del humor, del dibujo. Incluso mi propia historia de vida, la relación con mi viejo.

-O el duelo por su muerte.
-Claro, dibujar un duelo. Dibujar un duelo es poético o dibujar el silencio. Cuando entendí eso, el humor, de ser un género pasó a ser para mí una cosa mucho más interesante, una gran disciplina en la que caben las páginas tristes, cabe la poesía, cabe la música, cabe lo que uno precise que quepa.

-Hay temas recurrentes en tu trabajo: la pareja, el amor en estos tiempos, la muerte, la vida y su absurdo. ¿De ahí tironeás siempre? ¿Te encuentran los temas, vos los buscás? ¿Cómo funciona eso?

-Todo lo que me interesa más tarde o más temprano aparece en mis dibujos. Todo lo que me afecta para bien o para mal, todo lo que me toca aparece en mis dibujos. Desde hace mucho tiempo que no pienso en el humor como un género que deba mover exclusivamente a la risa. Me parece que mi trabajo es generar emociones. Y el humor que tengo es como yo, un poco existencial.

-¿Qué pasa con el humor en tiempos de crisis, como la que vive nuestro país hoy? ¿Cuál es el rol del humorista gráfico en este contexto?

-La realidad, la actualidad, la crisis política y social me afectan y aparecen en mis dibujos. El análisis de esa realidad, la crítica a esa realidad o al gobierno o a las políticas que se implementan está. En ese sentido, creo también que el humor funciona también como un mecanismo de defensa. Ante una agresión uno se defiende con el humor. Es un mecanismo de defensa individual y también social. Frente a la angustia individual uno muchas veces encuentra un bálsamo en el humor. Y socialmente pasa lo mismo. Fijate que cada vez que aparece una crisis importante en el país aparece también una respuesta artística que se redobla. Y eso ocurre a todo nivel, ya saliendo del humor y hablando del arte en general. Nunca se estrenaron tantas obras de teatro como a partir de 2001, por ejemplo. Hay una necesidad de expresarse, de quejarse, de reírse. Porque a través de la risa uno también se queja. La risa es una forma de resistencia.

-Decías que tu trabajo combina lo artístico con lo cotidiano de tener que entregar dibujos con la frecuencia que te exigen los medios. ¿Cómo te llevás con el mundo digital y de las redes sociales?

-¡Me encantan las redes! Me parece algo que nunca hubiera imaginado. Uno termina convirtiéndose en un pequeño medio de comunicación y comunica lo que quiere. La línea editorial de cada uno en las redes sociales es la propia. Me parece maravilloso. Y a eso hay que sumarle la respuesta inmediata de los lectores. Para mí es maravilloso y soñado el hecho de poder subir mis dibujos y ver qué le pasa a la gente en el acto, interactuar, leer las interpretaciones que hacen sobre mi trabajo, advertir que hay una multiplicidad de miradas que enriquecen el laburo.

-¿No te da nostalgia viniendo del papel, de lo tangible?

-No. En ese sentido no soy un nostálgico. Claro que me gusta el papel, sigo sacando libros, publico en diarios que siguen saliendo en papel. Soy un romántico del papel y de la tinta pero no un detractor de lo digital. Al contrario, me parece que ambos espacios pueden convivir perfectamente. Y me parece que hay cosas muy superadoras en lo digital respecto del papel y viceversa. El olor a papel y a tinta nunca va a estar en lo digital. Pero, por ejemplo, el color que yo aplico en la computadora se ve perfecto en lo digital y no así en el papel, en el papel a veces se ve empobrecido. Entonces cada medio tiene sus virtudes y desventajas. La coexistencia es perfecta.

-¿Qué creés que diría tu padre de Diario de un hijo?
-No sé. Supongo que le gustaría, me imagino que sí. Tendría que pensarlo mucho.

-Lo preguntaba pensando en esa generación de humoristas que hablaban a través de sus personajes y dibujos, que por ahí no estaban ellos mismos tan expuestos.

-Claro, yo también, es la primera vez que hago algo así. Creo que él algún tipo de vértigo sentiría. También es difícil de pensar: ¿qué diría él sobre su propia muerte? Mi viejo siempre sintió vértigo. Era pudoroso, igual que yo. Por eso imagino que algo así sentiría al saber que existe este libro. Pero también creo que le gustaría, que le gustaría saber que algo de nuestra historia queda dibujado.

Fotos y video: Lihue Althabe