Victoria Schcolnik condensa en su primera novela, Cuando el peligro es pequeño somos felices, las voces de Anna y Lobo, los integrantes de una pareja que se desarma y en ese proceso se perciben sus soledades, las heridas astilladas de la infancia y la desesperación por lo que ya no alcanza para construir un vínculo.

La autora publicó los libros de poesía El refugio y Una tierra, es directora del Espacio Enjambre junto a Marcelo Carnero, y en esta primera novela, editada por Mar Dulce, logró plasmar la intimidad de las formas que fue construyendo una pareja que intenta atravesar la desesperación de la angustia.

En diálogo, Schcolnik (Buenos Aires, 1984) relató el proceso de trabajo de un libro que le llevó casi siete años y en el que se puede percibir a una narradora preocupada por el trabajo con el lenguaje como un desafío de combinaciones, precisiones y detalles.

Esta novela es un proyecto que comenzó hace años y con otro título: El peso del cielo. ¿Cómo fue ese proceso de creación y trabajo de la historia?

– El título que quedó es una frase del libro y condensa algo del clima de la historia. Cuando empecé escribir esta novela había publicado dos libros de poesía y como escritora no tenía una relación muy formal con la narrativa. Llegué a un libro de María Luisa Bombal que se llama La amortajada y al terminarlo empecé a escribir sobre estos personajes casi sin pensarlo. Fue un verano en el que empecé a escribir las dos voces a partir de un impulso. Eso fue en 2011. No leí tanto por tema sino buscando narrativas que estuvieran sostenidas más en los climas pensando en el misterio del lenguaje. A la hora de ver la articulación de los textos, qué queda y qué no, hay un trabajo involuntario e inconsciente enorme. Cada texto del libro funciona como un ensayo, un cuento o un poema, porque quería que cada uno pudiera leerse suelto.

Las dos voces están atravesadas por la desesperación.

– Sí, son dos seres que de alguna manera vienen rotos. Tenían infancias muy dispares: la de Lobo en una situación de miseria económica y afectiva, la de Anna con una sordidez más solapada, con una familia más controladora y fría con mandatos muy pesados que terminan oprimiéndola demasiado.

La infancia es uno de los ejes de la novela, en la que vamos advirtiendo cómo se condensaron los miedos y angustias de los protagonistas.

– No es autobiográfica, pero mi marido y yo venimos de dos historias muy distintas, él de un conventillo en La Boca, es casi un sobreviviente de esa historia. En mi caso es al revés, con una situación más establecida, con padres más sobreprotectores pero queriendo diferenciarme. Creo que algo de eso nos hizo encontrarnos. Esta historia es la versión del miedo a lo que nos podía pasar si no trabajábamos nuestro vínculo.

Anna dice en un momento que el Lobo busca una lectura del mundo que lo tranquilice. ¿Podemos decir que los dos hacen esa búsqueda pero no la encuentran?

– Creo que no hay una lectura total del mundo. Si bien estamos buscando un sentido que nos tranquilice, vivir implica riesgo emocional, físico y hay personas que aprenden a lidiar mejor con esa incertidumbre y otros se desesperan. Creo que los dos son de este segundo grupo, con infancias rotas, desamparos, equilibrio frágil y una sensación de peligro grande. Ella controla mejor sus impulsos, él no y trastabilla. No se quién lidia mejor con la desesperación, diría que son maneras distintas.

Estudiaste Comunicación y Filosofía. ¿Cómo dialoga esa formación académica a la hora de escribir ficción?

– Estudié Filosofía pero hice muy pocas materias. Cuando empecé a estudiar Comunicación fue importante porque me dio herramientas para pensar el mundo saliendo de lo dado. Cada palabra es una materia, pareciera que es un vehículo pero tiene un color, se huele. Trabajar con esa relación más sintética y sensorial con el lenguaje te lleva a la precisión, a pensar más las combinaciones. Siempre siento que el trabajo con el lenguaje es material porque es como el escultor con la piedra. No hay nada más lógico que el lenguaje, que es gramatical. Me interesa pensar cómo el lenguaje, que es práctico, lo usamos todo el día, nos ordena y nos lleva al lugar común con la literatura.

¿En qué estás trabajando ahora?

– Estoy empezando un texto a raíz de la muerte de mi abuela, que se murió a los 96 años y siento que ahí se murió la memoria centenaria, me disparó un montón de cosas. Por ahora estoy escribiendo desde el punto de vista de la nieta, pero la idea es que haya puntos de vista de distintos integrantes de la familia y se dé un juego de perspectivas en el relato familiar. Empecé con una crónica y me gustó más que quedarme anclada en lo real. Me gusta esa cosa entre lo poético, lo ensayístico y lo narrativo.