Una “ll” cuando en realidad va una “y”. Una “s” en lugar de una “c”. Tildes omitidas. O problemas de puntuación: falta de comas, paréntesis, puntos. Los posibles errores son variados y el diagnóstico popular, incluso sin un aval contundente, marca: los jóvenes escriben cada vez peor. Y en ese contexto, uno de los apuntados es WhatsApp.
Whatsapp o cualquier aplicación de mensajería instantánea, en realidad. En Alemania, el Instituto para el Desarrollo de Calidad en la Educación hizo un estudio y encontró que más del 20% de sus alumnos de cuarto grado no maneja las nociones básicas de ortografía.
Los especialistas lo adjudicaron a los cambios en los hábitos de lectura de los estudiantes, que leen cada vez menos libros y cada vez más mensajes de texto. “La ortografía no juega ningún papel en las redes sociales”, señaló Heinz-Peter Meidinger, presidente de la Asociación Alemana de Profesores. “Más bien se mira mal a quien tiene ortografía correcta y se toma la molestia de escribir hasta las mayúsculas”, agregó.
En Argentina, las pruebas Aprender de 2017 evaluaron por primera vez la escritura en primaria. 5.001 alumnos de cuarto grado debieron escribir un texto narrativo de ficción a partir de un comienzo ya otorgado. Los resultados globales fueron auspiciosos: siete de cada diez se ubicó entre los niveles satisfactorio y avanzado.
Sin embargo los resultados pormenorizados no arrojaron tan buenas noticias. Seis de cada 10 de chicos, por ejemplo, falla con los signos de puntuación. La mitad incurre en errores ortográficos y el 40% se equivoca en el uso de las mayúsculas e, incluso, escribe sus textos en letra de imprenta sin ninguna minúscula.
Sin posibilidad de comparaciones fehacientes con el pasado, la pregunta es habitual: ¿los chicos escriben peor ahora que antes? De ser así, ¿qué influencia tienen Whatsapp y las redes sociales?
“No creo que haya un deterioro. La dificultad con la ortografía es consuetudinaria. Lo que ocurre es que ahora hay más difusión y más gente descubre esos errores. Quienes hemos sido profesores antes de WhatsApp sabemos que los errores existieron siempre”, le dijo a Infobae Silvia Ramírez Gelbes, doctora en lingüística y profesora de la Universidad de San Andrés. “Sí creo que ahora hay más tendencia a equivocar el registro y usar algunas formas que son aptas para el WhatsApp en contextos en los que no son aptas”, agregó.
En la misma línea, Federico Navarro, presidente de la Asociación Latinoamericana de Estudios de la Escritura en Educación Superior y Contextos Profesionales, respondió: “Hay que evitar la ilusión de que todo tiempo pasado fue mejor y desconfiar de esta recurrencia de las referencias a un pasado próximo sin problemas. Hay referencias a crisis en los años ’90, en los años ’70, incluso está documentada una alarma por la escritura en estudiantes de Harvard en 1870″.
Para Navarro, también profesor en la Universidad de O’Higgins, Chile, esos enunciados alarmistas suelen aparecer en momentos de expansión, inclusión y profesionalización de los sistemas educativos. “Más que una crisis, tenemos más estudiantes, más diversos, que leen y escriben de muchas maneras distintas. En términos generales, nunca hubo tasas tan altas de escolarización y de alfabetización en la historia de la humanidad. Puede afirmarse que nunca se leyó o escribió más que hoy mismo”, planteó.
En esa expansión de la palabra, WhatsApp y las redes sociales son demonizados porque su propia naturaleza conspira contra la correcta ortografía. Se prioriza la rapidez y la brevedad: entonces se utiliza la “k” en vez de la “q”, se obvian signos de puntuación y las tildes son más bien excepciones. Y más allá de que los errores hayan aumentado o no por fuera del universo virtual, no caben dudas que esas fallas sí se observan más. Se multiplican por la cantidad de soportes donde hoy se exponen.
“Las redes sociales no son una amenaza, sino que constituyen una oportunidad para leer y escribir con mayor frecuencia, en colaboración con otros, y con fines educativos”, aseguró Navarro y advirtió que ya existen numerosas investigaciones que ponderan el uso de la tecnología a la hora de mejorar la lectoescritura.
El paso siguiente a saber leer y escribir es comprender aquello que se lee. Ahí radican mayores desafíos. “La condición ‘multitasking’ de los jóvenes (y de los adultos) hace que todo tienda a ser considerado de manera superficial”, sostuvo Ramírez Gelbes. “Los textos requieren morosidad, atención más profunda. A eso se suma el hecho de que hay mucho ‘encapsulamiento’, mucho escucharse a sí mismo y poco ponerse en el lugar del otro, del autor en este caso, para intentar entender qué quiso decir”, continuó.
Según Navarro, hay un paso más, un desafío aún mayor del sistema educativo que excede a la comprensión: el de la lectura crítica. “Ya no basta con la alfabetizar a la población, con enseñar a codificar y decodificar lo escrito. Las mismas exigencias están con la formación en general: ya no basta con haber ido tan solo a la escuela primaria. Hacer falta saber identificar quién escribe, con qué intenciones, desde qué contexto, con qué ideología. Es decir, necesitamos ser lectores críticos y reflexivos”.