La película de John Crowley con Andrew Garfield y Florence Pugh explora los altibajos de una relación amorosa. A través de momentos cómicos y emotivos, se revela la complejidad del amor y el compromiso.
Momentos. De los más simples a la crisis más difícil, una relación amorosa está llena de esos fragmentos que marcan la vida de las personas. Y eso es lo que se relata de una forma no líneal en “El tiempo que tenemos”, un drama romántico con Andrew Garfield y Florence Pugh que llegó a los cines bajo la dirección de John Crowley (Brooklyn).
No lineal porque vemos cómo la película va saltando entre distintos “clips” de la relación entre Almut (Pugh), una chef a la que no le atrae mucho el compromiso, y Tobías (Garfield), un joven divorciado algo más estructurado y enamoradizo.
Desafíos laborales, la idea de formar una familia y sobre todo una enfermedad que pone en jaque todo lo que construían se alternan sin estructura cronológica en esta historia que a pesar de tener muchos lugares comunes, sale a flote por sus sutilezas.
La química de Pugh y Garfield son el principal acierto de un film británico de muy buena fotografía que le esquiva a ser una típica historia de amor hollywoodense.
Otro logro de la película son sus momentos de comedia: pequeños golpes de risas que descomprimen la tensión de un trayecto por momentos espinoso y que sobre todo derivan en una sensación de ternura final.
“El tiempo que tenemos”, más allá de que no se escapa de los grandes clichés del género, no necesita de los golpes bajos para volverse una emotiva historia de amor.
