Se conocieron compartiendo un viaje. Y hoy viven en el camino.
Laura Lazzarino y Juan Pablo Villarino encarnan el sueño de miles: viven de viajar. Su trabajo, el que les paga las cuentas, es ir recorriendo el mundo para luego contarlo a través de redes sociales, blogs y libros autogestionados. Ese método, en siete años de andar juntos por horizontes bellos y dispares, les permitió después de muchísimas horas de trabajo formar una especie de PyME rodante que los tiene de aventura en aventura.
Son una pareja de viajeros profesionales. Y The New York Times los retrató como los mejores hitchhikers (los que se desplazan haciendo dedo) del mundo.
Laura y Juan Pablo son “nómades digitales”, profesionales freelance que trabajan desde cualquier lugar donde consigan wifi y enchufe para cargar la laptop, una tendencia laboral nacida del quiebre del concepto de ‘oficina’, que para ellos pasa a ser el planeta entero. Desde el rincón donde estén, sustentan sus viajes con trabajos que venden durante el recorrido.
El blog de Juan, “Acróbata del camino”, y el de Laura, “Los viajes de Nena” , más sus cuentas de Instagram (@acrobatadelcamino y @losviajesdenena), les permitieron ganar una reputación online y un tráfico de visitantes suficiente como para que agencias de turismo de Cuba, Puerto Rico, Italia o la Antártida, los inviten a visitarlos y les paguen por contar sus experiencias.
Otra de sus fuentes de ingresos son los libros con vivencias: de su primer recorrido juntos por Latinoamérica nació Caminos Invisibles, una crónica de 36.000 km a dedo desde Antártida a las Guayanas, pasando por comunidades del Amazonas y por fuera de los imperdibles turísticos.
El primer paso. A Juan Pablo lo marcó a fuego el año 2001. La crisis que afectó a un montón de familias de clase media, como la suya, le hizo entender que toda la estabilidad de una vida de trabajo podía ser borrada de un plumazo por una corrida bancaria. “Una jornada laboral de 12 horas es más peligrosa que mochilear”, escribió en un manifiesto mochilero que se volvió viral. Decidió entonces salir del sistema y buscar su propio lugar.
Tenía una firme voluntad de viajar y escribir sobre gente y lugares, sin imaginar que podía ser una forma de vida. Se fue a Irlanda y trabajó cinco meses para financiar lo que fue su primer llamado de ruta: ir a dedo a Siria, Irak e Irán, el llamado “Eje del Mal”, a ver qué estaba pasando allí, de primera mano.
En esa época, Laura estaba descifrando qué era ese deseo por viajar que tanto le picaba. Uno de sus abuelos había sido un camionero que vivió en la ruta hasta después de jubilado, y el otro fue un marino que anduvo por la Antártida y era un enamorado de los mapas.
Su papá también era de cargar a la familia en el Renault 18 y salir de vacaciones sin lujos y sin reserva. Pero el entorno era opresivo: San Nicolás era una ciudad conservadora, donde los únicos viajeros que se veían eran los peregrinos que iban a la basílica Y donde cada vez que ella quería agarrar una ruta le preguntaban: “¿Y vas a ir sola? ¿Y si te roban los órganos?” Laura viajó, con todos sus órganos, por Perú, Bolivia, México y Centroamérica.
No era la única mujer que viajaba sola, pero no había ninguna que lo contara por la web. Allí nació el blog Los viajes de la nena, donde empezó a volcar sus vivencias, erradicar prejuicios y a alentar a otras viajeras.
A los 24 años, ella ya tenía en claro que su vida iba a pasar por juntar millas y encontrar fórmulas para bancar la aventura. Y no serían convencionales: la agencia de turismo donde trabajaba cerró, sus dueños se fueron sin pagarle los últimos sueldos. Para colmo, se separó de su pareja y se sentía muy sola.
Hasta que una tarde, un lector le recomendó leer un libro de un mochilero que había estado por Medio Oriente. Lo leyó de un tirón y le mandó un mail al autor diciendo lo mucho que la tocó ese libro: había encontrado a alguien que hablaba su mismo idioma.
En 2010, Juan Pablo había logrado publicar sus crónicas en el libro Vagabundeando por el Eje del Mal, primero de manera independiente y después en una editorial grande.
Eso le trajo mayor exposición y el mail de Laura. Tras unos meses de intercambio furioso de correos, arreglaron para hacer un mini viaje juntos. Y a los pocos días, los dos sintieron que compartirían el camino. También el amoroso.
Desde entonces, ese recorrido los llevó por Latinoamérica, Centroamérica, Europa y, recientemente, por África. Entre los dos contabilizan 91 sellos en el pasaporte, incluyendo los de algunos estados que ni siquiera son reconocidos por la ONU. Y siempre a dedo.
Han tenido de choferes a políticos, monjes budistas, diseñadores de robots o al DT del seleccionado de fútbol de las Islas Malvinas.
De adolescente, Juan Pablo iba y volvía desde su Mar del Plata natal a Gesell solamente por el placer de hacer dedo. Desarrolló tal expertise que The New York Times mandó un cronista a viajar con ellos en un tramo de su tour africano para documentarlo. El propio Juan Pablo lleva un registro de cada viaje y cada chofer que lo levantó. La suma da más de 160.000 kilómetros a bordo de unos 2.300 vehículos, cuatro veces la circunferencia de la Tierra.
Tienen también técnicas para conseguir alojamiento. En pueblos de Europa se acercan a los vecinos con una tacita de té para pedir agua caliente, lo que suele derivar en una conversación que termina en hospedaje gratis. En Latinoamérica preguntan por lugares donde se puede armar la carpa.
El placer de ir por la banquina. En una época donde viajar se parece mucho a coleccionar fotos de sitios tradicionales en el feed de Instagram, ellos reivindican el salirse de los lugares comunes.
“Hay una dictadura de los viajes que genera mucha culpa. No, no tenés que ver la torre Eiffel porque fuiste a París, si lo tuyo pasa por ir a ver castillos, hacé eso, no te guíes por el ‘hay que hacer’. Ese concepto hay que eliminarlo”, dispara Laura. Para ellos, el mejor consejo que pueden darle a un viajero es que realicen mucha investigación previa, saber qué se quiere ver y hablar aunque sea diez minutos con los locales, desde el que vende sánguches hasta el taxista.
“Si vas tres meses o en un paquete de Europa en 15 días, lo importante es tener una actitud activa. El viaje pasa por uno, no existe un viajero mejor que otro”, destaca Laura.
Como equipo, cada uno lleva un par de mochilas que incluyen colchón inflable, carpa, bolsa de dormir, ojotas, botas de trekking, ropa correspondiente al destino, plata, cámara de fotos, vacunas, documentos, cuaderno de anotaciones, sal para cocinar, dos platos, filtro de agua, adaptador universal, mapas en papel, pinzas, herramientas y saquitos de té, además de las dos computadoras.
Es que, a pesar de no tener oficina, pasan cerca de 8 horas diarias redactando, coordinando envíos de libros o dictando talleres de escritura.
“Si tu blog se vuelve tu emprendimiento, tenés que dedicarle ese tiempo para llegar a fin de mes. Estamos muy alejados del mito de vivir de vacaciones”, remarca Juan Pablo, que se ríe cuando lee en los comentarios del blog gente que los manda a trabajar o les pide que “agarren la pala”.
En su última travesía, pasaron dos semanas encerrados poniéndose al día con la escritura pendiente, tras pasar por un país que casi no tenía conexión a Internet. “A veces es agobiante, pero gracias a esas horas de concentración es que podemos viajar, nadie puede hacerlo sostenidamente sin trabajar”, agrega Laura. Ahora, la pareja hace base en San Nicolás mientras termina de procesar la última gran aventura: un recorrido de 15 meses por África, de norte a sur, que comenzó en Egipto y terminó con el papá de Laura visitándolos en Sudáfrica.
“Es un viaje que nos costó porque hay que ponerle el cuerpo. Pero una vez que entrás en su ritmo, no hay nada como África”, explican. El continente es, para ellos, el último lugar “auténtico”, un destino exótico y de ultra lujo, que no recibe muchos mochileros, algo que ellos quisieran cambiar. “La gente me preguntaba ‘¿A dónde vas al baño?’ Sí, hay baños en África, hay shoppings, hay H&M, hay universidades, no es tierra de nadie. Botsuana, por ejemplo, se parece mucho a la Pampa Argentina, aunque en vez de vacas, se te aparece un elefante”, cuenta Laura.
Tanzania fue el punto que más los enamoró, por su combinación de playas vírgenes, safaris y cocos frescos por 30 centavos de dólar.
El tour también tuvo sus puntos difíciles, como cruzar la frontera entre Yibuti y Somalilandia, un país que no es reconocido por ningún otro estado del mundo y donde les pedían un soborno para dejarlos entrar. O Congo, donde iban a contramano de los cascos azules evacuando gente ante una posible guerra civil. Ninguna de esas experiencias los hizo sentir inseguros. El único lugar donde quisieron asaltar a la dupla mochilera fue en su casa, a los pocos días de haber vuelto a la Argentina.