Leopoldo Jacinto Luque, campeón del mundo en Argentina ’78, murió este lunes a los 71. Estaba internado por complicaciones causadas por el coronavirus.

Fue uno de los más grandes centrodelanteros del fútbol argentino, brilló en River y quedó en la historia por los cuatro goles que aportó para la conquista del Mundial de Argentina 1978.

Luque fue un nueve sin época. Con la melena al viento y su bigote indeleble, mezclaba potencia y clase por igual. Hoy no hay como él en el fútbol argentino. Cuando jugó la Copa del Mundo estaba en su mejor momento deportivo. Con sus cuatro goles para la causa de César Luis Menotti quedó cuarto en la tabla de goleadores que lideró su socio Mario Alberto Kempes. Entonces defendía los colores de River, equipo con el que salió cinco veces campeón entre 1975 y 1980.

Luque había nacido el 3 de mayo de 1949 en Santa Fe en el seno de una familia humilde: padre, madre y seis hijos. Y de chico parecía decidido seguir el legado de su papá, que también se llamaba Leopoldo Jacinto y era ciclista federado. Hasta que conoció la pelota.

“A mí me mandaba a entrenar por un circuito de la costanera de Santa Fe, pero un día pasé por un seminario y estaban los curitas jugando a la pelota. ‘¿Querés jugar?’, me invitó uno. Estaba con zapatillas de ciclista, era más chico que ellos, pero me las arreglé bien y a partir de ahí me invitaron siempre”, contó en una entrevista en la revista El Gráfico.

El fútbol con los “curitas. El fútbol en la escuela. El fútbol con pibes de los grados más grandes. El fútbol con los amigos de Guadalupe Junior, el club del barrio. Y de allí a las inferiores de Unión de Santa Fe. Sin embargo, nada fue sencillo para Luque. En el Tatengue lo dejaron libre antes de llegar a Primera y parecía que el sueño se despedazaba. “No le hagás perder tiempo a tu vieja, conseguí un laburo o seguí estudiando”, le dijo un dirigente. Mientras tanto, ayudaba a su casa probando suerte con otros trabajos.

“Cosechaba en la quinta de un amigo de papá: juntaba frutas y verduras y me pagaban por cajón. No los podía levantar, porque era pibe y muy flaquito, así que los arrastraba. Después, trabajé con un mosaiquista y luego en una fábrica de zapatos, todo mientras estaba en inferiores de Unión”, rememoró en la misma entrevista.

Pero lo suyo era el fútbol. Ya estaba claro. Aunque tuviera que jugar los torneos regionales. De Unión a Gimnasia de Jujuy. De Gimnasia de Jujuy a Central Norte de Salta. De Central Norte de Salta a Rosario Central. Y de Rosario Central otra vez a Unión de Santa Fe, donde remendaron el error inicial y lo recompraron. Así fue como se transformó en un hombre clave en el ascenso del Tatengue a Primera tras ganarle la final a Estudiantes de Caseros.

Fue entonces cuando conoció el primer DT que le cambió la carrera: Juan Carlos Lorenzo. Luque todavía no tenía bigote y era un flacucho con poca disciplina. Pero el Toto lo encauzó y lo hizo subir de peso para que ganara en potencia. “Cuando terminaban las prácticas, muchas veces me iba al bowling y me comía unos panchos con una Coca y cuando llegaba a casa estaba sin hambre y no cenaba. Lorenzo empezó a hacerme concentrar un día antes que el resto para que descansara bien, me alimentara bien y después me llevaba al gimnasio y me hacía una rutina física fuerte, y se quedaba ahí controlándome. Me adoptó como un hijo, me ayudó muchísimo”, le contó a El Gráfico y recordó Lorenzo también le cambió la posición: de 10 a 9. Y de 9 se transformó en crack.

“El jugador que quiere todo el mundo”, tituló el semanario deportivo. Y fue River el que ganó la pulseada cuando el Nacional 75 estaba a punto de comenzar. Ya tenía 26 años, era grande. Pero lo mejor estaba por venir. Enseguida convenció a Angel Labruna. Y llegaron los goles y más goles. Incluso la noche en que le metió cinco goles a San Lorenzo.

Mientras tanto se transformaba en un indiscutido para César Luis Menotti en la Selección. Fueron 22 goles en 45 partidos. Cuatro le bastaron para ser goleador en la Copa América de 1975. Y otros cuatro resultaron clave para la conquista del Mundial. En el debut contra Hungría marcó para el empate parcial. Contra Francia anotó el gol del triunfo y terminó con una luxación en el codo derecho. Como Menotti había hecho los dos cambios, el Pulpo -apodo que le puso Américo Gallego- volvió a la cancha con el cabestrillo a cuestas para no dejar al equipo con diez.

La alegría por el triunfo se desdibujó al otro día en la concentración. Allí se enteró que su hermano Oscar, a quien todos le decían “Cacho”, había muerto en un accidente en la Panamericana cuando viajaba para verlo jugar contra Francia.

“Cacho fue tarde a sacar pasajes el día anterior y no consiguió. Pensaba venir con amigos. En vez de volver a su casa fue a la de mi papá, y ahí a la vuelta vive un señor grande que viajaba con verduras esa noche, con un camión chico. ‘Si querés te llevo, pero a vos solo’, le dijo, porque no tenía lugar. El accidente sucedió en una curva, había un camión estacionado y se lo llevaron puesto, había un poco de niebla. Al otro día, temprano, en la concentración. Vino el Profe Pizzarotti y me dijo: ‘Leopoldo, ahí está toda su familia’. Pensé que habían viajado por mi lesión. La veía a mi vieja sentadita al fondo, llorando, y se acercaron mi viejo y mi tío y me dijeron: ‘El Cacho tuvo un accidente y se mató'”, rememoró en esa misma nota.

Se perdió la derrota con Italia porque estaba despidiendo a su hermano y también el 2-0 contra Polonia en el inicio de la segunda ronda. No quería volver, pero entre Menotti y sus compañeros lo convencieron. Sin embargo, fueron clave las palabras de su papá, el Leopoldo Jacinto original. “Tenés que volver, no ves que sin vos pierden”, le dijo. Y Luque volvió. Estuvo en el 0-0 con Brasil con el dolor a cuestas -el físico y el del alma, por la muerte de Cacho- y jugó muy mal. El Flaco le renovó la confianza contra Perú, donde clavó un doblete para el 6-0 que valió el pase a la final. El resto es historia conocida. Con el 3-1 a Holanda en tiempo suplementario, Argentina logró su primer título mundial y Luque se ganó su lugar en la historia.

Poco tiempo atrás, en una entrevista con Clarín, Luque contó lo mal que la pasó durante la dictadura militar.

“Al principio no dije nada por miedo, andá a saber, si estos loquitos me reconocen, saben dónde vivo, me vienen a buscar. Después fue pasando el tiempo y, qué se yo, lo tenía ahí como una cosa más. Pero me da bronca cuando dicen que salimos campeones gracias a la dictadura. Dicen que andábamos con los milicos y a mí los milicos me secuestraron, me robaron y no me mataron de milagro. Ya te digo: cuando empecé a caminar y a encarar para el descampado, en mi cabeza solo esperaba el sonido del disparo, el ‘¡Puum!’ que me matara”, rememoró.

Tras el Mundial fue cuando empezó la lenta curva descendente de su carrera. Tuvo dos años más en River y más vueltas olímpicas, pero atrás pedía pista un tal Ramón Díaz y a Luque, con alma de goleador, se le hacía más difícil soportar las malas tardes. Volvió a Unión, pero enseguida se fue a Deportivo Tampico de México. De ahí a Racing y de Avellaneda a Santos de Brasil. No duró mucho en el equipo de Pelé y recaló en Boca Unidos de Corrientes. Las últimas dos paradas fueron Chacarita y Deportivo Maipú de Mendoza. Allí dejó el fútbol. Y allí, en Cuyo, encontró un nuevo hogar.

“Elegí vivir en Mendoza hace 25 años, después de haber dirigido a un par de equipos de la provincia. En Santa Fe solo podía laburar en Unión, porque en Colón soy mala palabra, y en Buenos Aires siempre sufrí mucho. Cuando jugaba en River, me iba para Santa Fe a las 6 de la tarde, después del partido, para llegar a la noche y estar con mis amigos y mi familia. Una locura, en una época donde las rutas eran peores que ahora: pasaba a los camiones por la banquina, no estaba bien en Buenos Aires. Y de Mendoza me gustó todo, ya no me voy más de acá”.

No le fue bien como DT. Tampoco en otros emprendimientos. Sufrió un infarto que lo tuvo contra las cuerdas y lo obligó a que le hicieran tres by pass. Dos separaciones le sacaron un poco de aire en la economía, pero nunca le faltó trabajo. En los últimos años ofició como reclutador de River en la zona de Cuyo. Algunas publicidades también le vinieron bien para acomodar los números.

El coronavirus le puso final a la vida de un gran goleador.

Fuente / Clarín