Lidia Greco abre las puertas de Dar Amor, el centro de jubilados que fundó y preside, para recibir al equipo de DEF, pero la entrevista se hace esperar hasta que la mujer termine con una de las reuniones del día en la que está organizando charlas de nutrición para los socios junto con la cofundadora, la vicepresidenta del centro, Lidia Defosse. Esta reunión transcurre en una mesa, como de comedor, mientras que, en otra, a pocos metros, cuatro señoras escuchan atentamente a una joven que les explica cómo enviar y recibir mensajes de Whatsapp, paso a paso, con suma paciencia. “¿Qué significa silenciar una conversación?”, “¿Qué es un GIF?”, son algunas de las preguntas con las que bombardean a la profesora.

A sus 75 años, Greco pasó por muchos trabajos, hizo promociones, fue secretaria en una bodega, fundó una agencia de turismo, tuvo un despacho de pan, pero ahora, ya de jubilada, tiene más actividad que nunca. “Siempre dije que iba a tener un centro de tercera edad”, dice Greco, siete años después de abrir este espacio, que más que un centro de jubilados parece la casa de una abuela, o más bien de muchas abuelas: con sillones llenos de almohadones con pequeños bordados, un aparador lleno de fotos de niños y parejas con bebés, y paredes adornadas con platitos decorativos.

Clases de yoga, masajes, enseñanza de uso de tablets y celulares, y viajes grupales (que incluyen hasta cruceros a Las Bahamas) son algunas de las actividades más populares entre los socios, que llegan casi a 800, aunque no todos estén activos actualmente. “Se hace de todo, pero lo importante es que esto es una familia, acá vienen de lunes a domingo, comen, charlan, es como si estuvieran en su casa”, explica la presidenta del centro de jubilados.

-¿Cómo se dio su acercamiento con la tercera edad?
-Siempre me gustó. Siempre dije que iba a tener un centro de tercera edad. Fue por un pedido especial de mi madre, a quien cuidé durante 28 años. Antes de fallecer, ella me dijo: “Vos tenés que estar en lo que me prometiste”, que era el centro de jubilados. ¡Caminé casi diez años para concretarlo y hace casi siete que lo tengo!

-¿Cómo es que finalmente pudo abrir el centro?
-Fui muy audaz. Al principio nos reuníamos en cualquier lado donde pudiéramos, en la Confitería El Greco, en la casa de alguna… Con Lidia Defosse (la vicepresidenta del Centro) formamos la comisión y empezamos a buscar un local. Queríamos nuestro propio lugar, pero no conseguíamos nada. Armé una carta y la mandé al gobierno de la Ciudad. A los seis meses me convocaron, me mostraron y me enseñaron todo lo que necesitaba para abrirlo. Nos dieron un subsidio que sirvió para juntar la plata que necesitábamos para arrancar. Cuando me preguntaron por qué quería poner un centro yo contesté: “Hay mucha gente sola, y yo necesito dar amor”, así nació el nombre.

-¿Qué implica “dar amor” en la vida cotidiana del centro? ¿Cómo se logra?
-Para mí en estos momentos es lo que cubre la mayor necesidad que yo veo en la tercera edad, que es cuando los hijos se van. Se sufre una pérdida tremenda, y ni hablar si se van porque Dios se los ha llevado. Acá tenemos muchísimos casos así. Para mí esto es una familia, la llamamos “la familia de Dar Amor”.

-¿Qué actividad es la que más valoran?
-Las reuniones en general. Acá tengo todos los días ocupados. De lunes a domingos. Los domingos se reúnen porque están solos y vienen a jugar al Burako. También damos charlas sobre temas específicos. Vinieron abogadas a asesorar sobre el tema de dejar bienes en vida a los hijos o nietos, hubo charlas sobre maltrato dentro de la familia… Nos ayudamos unos a otros. También se festejan los días de la madre… Todos los momentos de acá para mí son actos de amor. Acá todo es voluntario, todo lo que se ve, los muebles, la vajilla, todo es donado, todo voluntario. Se hace de todo, también hay reuniones a comer… En fin, como si estuvieran en su casa. Yo pienso que la mano de Dios tuvo mucho que ver para poder tener este lugar.

-¿Cómo es la vida afuera del centro, cómo es el trato en general en la calle?
-Hay mucho maltrato, se ve en todos lados, en el banco, en la verdulería, en la farmacia… No te dan el asiento en ningún lado, no te dejan pasar en la fila… Si ven a alguien que no ve bien o no camina bien, entre los empleados dicen “que lo atienda otro”. Es discriminación lo que hay. No hay respeto por las personas adultas. Nos tratan con desprecio, es como que no pueden estar con una persona más grande. La gente no escucha, nadie quiere escuchar a “un viejo”.

-¿Qué significa para usted ser de la tercera edad?
-Somos lo mejor. Ganamos experiencia, tenemos amor por la familia, algo que se perdió. La juventud no es como éramos antes. Hoy dejan todo por ir a su trabajo antes que atender a sus propios hijos. Acá viene gente que tiene que pedir permiso a sus hijos, a sus nueras, para poder ver a sus nietos. Hoy murió la familia, murió el respeto.

-¿Personalmente, cómo definiría esta etapa de la vida que está viviendo?
-Yo ya estoy casi en la cuarta edad. Para mí la clave es la libertad. En el Centro hicimos cinco cruceros, acá viene gente que antes estaba muy trabada en la vida, no hacía nada, y hoy salen a comer, traen a sus maridos a participar de las reuniones, comemos todos juntos los domingos, yo cocino para 30 o 35 personas… A esta edad lo que tenemos es libertad, ya criamos a nuestros hijos, tenemos nietos, algunos bisnietos, ya trabajamos… Tenemos libertad.

*La versión original de esta nota fue publicada en la Revista DEF N. 126.