lunes, mayo 13, 2024
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Ucrania y Rusia, de aliados incómodos a enemigos acérrimos

Los vínculos entre Rusia y Ucrania, dos naciones eslavas unidas por lazos históricos, políticos y culturales, sufrieron altibajos en los años posteriores a la disolución de la Unión Soviética, cuya acta de defunción fue firmada el 8 de diciembre de 1991 por los mandatarios de estos dos países y su vecino bielorruso. El estatus de la península de Crimea y de la poderosa flota soviética del Mar Negro, y las inocultables ambiciones de Ucrania por integrarse al bloque occidental se convirtieron en los temas más espinosos del vínculo bilateral de Moscú y Kiev. Sin embargo, el memorándum de Budapest de diciembre de 1994, que permitió el ingreso de Ucrania al Tratado de No Proliferación (TNP), y el Acuerdo de Cooperación y Amistad, suscripto por los presidentes Boris Yeltsin y Leonid Kuchma en mayo de 1997, permitieron cimentar unas relaciones relativamente estables durante las siguientes dos décadas.

El respeto por parte de Rusia de las fronteras de Ucrania, incluida su soberanía sobre la península de Crimea y la ciudad de Sebastopol –base de la flota del Mar Negro–, y el compromiso de Kiev de mantener su neutralidad militar y de no integrarse a la estructura de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fueron las monedas de cambio para conseguir un delicado equilibrio entre los dos vecinos. A este proceso de distensión se sumó el arrendamiento a Rusia de la base naval de Sebastopol por un período inicial de 20 años, que sería luego extendido por otros 25 años a partir de su plazo de vencimiento, en 2017. Todo quedaría en el aire tras la revuelta que tuvo lugar en Kiev –conocida como “Euromadián– y que provocó, en febrero de 2014, la caída del impopular presidente Viktor Yanukovich, considerado como demasiado “pro-ruso” por los protagonistas del movimiento. Moscú no dudó en calificar los acontecimientos como un “golpe de Estado” y brindó asilo a Yanukovich, quien se negó a renunciar y pocos días más tarde, ya instalado en la ciudad rusa de Rostov del Don, brindó una conferencia de prensa en la que afirmó que seguía siendo “el presidente legítimo de Ucrania” y que su país se encontraba a merced de “una banda de ultranacionalistas y neonazis”.

La decisión de Rusia de recuperar Crimea se dio a partir del cuadro de inestabilidad e incertidumbre que se vivía en Ucrania tras la revuelta de febrero de 2014.

La consecuencia de este movimiento sería el profundo deterioro de las relaciones entre Ucrania y Rusia. En diálogo con DEF, el analista Marcelo Montes, politólogo, doctor en Relaciones Internacionales y profesor de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM), explica cómo se rompió, luego del Euromaidán, el delicado equilibrio que existía entre Kiev y Moscú: “Después de 2014, Ucrania se embarcó en una política de enorme provocación hacia los habitantes rusófonos del sudeste, que representan el 10 % de la población del país, y tomó una serie de medidas totalmente absurdas, como la adopción del idioma ucraniano como lengua obligatoria en todo el país, mayores impuestos para la zona oriental y la designación en forma discrecional de gobernadores totalmente impopulares en esas regiones del país. A partir de ese cuadro de inestabilidad e incertidumbre, Rusia tomó la decisión de recuperar Crimea y de consolidar el dominio de la guarnición naval que se encontraba asentada allí por un contrato de arrendamiento firmado con Ucrania tras la caída de la Unión Soviética”.

El referéndum celebrado el 16 de marzo de 2014 en la península de Crimea, en el que la población local votó mayoritariamente por integrarse a la Federación Rusa, fue la primera respuesta a la nueva situación planteada en Kiev. La incorporación formal de este territorio irredento y de la ciudad de Sebastopol dentro de las fronteras rusas se daría en tiempo récord: apenas dos días después del reférendum, cuyos resultados fueron rápidamente reconocidos por el gobierno ruso, se firmaría el tratado de adhesión. Durante la ceremonia oficial que tuvo lugar el 19 de marzo en Moscú, Putin no dudó en afirmar que “en los corazones y en la mente de la población, Crimea ha sido siempre parte de Rusia y esa firme convicción, basada en la verdad y en la justicia, ha pasado de generación en generación”.

Con la secesión de Crimea ya consumada, el siguiente punto de tensión fue la proclamación de independencia de las autodenominadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk, de población mayoritariamente rusófona, en mayo de 2014. El Protocolo de Minsk, firmado en septiembre de 2014, y su sucedáneo conocido como Minsk II, suscripto en febrero de 2015, marcaron un principio de acuerdo y cese del fuego. Sin embargo, la situación militar quedó prácticamente congelada y, si bien hubo intercambios de prisioneros –el mayor de ellos se produjo en diciembre de 2017–, la solución política nunca llegó, los separatistas mantuvieron su poder de facto en el territorio y el Parlamento de Ucrania nunca llegó a efectivizar la legislación comprometida para permitir el “autogobierno” de las dos regiones secesionistas.

Este último es un punto clave para una posible distensión y una aproximación entre el Estado ucraniano y los separatistas. En ese sentido, Marcelo Montes ensaya algunas propuestas en pos de la solución del conflicto: “Debería haber una pacificación real, una deposición de las armas de parte de los rebeldes, el cese de las provocaciones y amenazas de intervención del Ejército ucraniano, y una reforma constitucional que propenda a la federalización y a un estatus especial para las regiones del sudeste del país”. Consultado sobre una eventual integración de Ucrania a la Unión Europea (UE) –con la que Kiev firmó en marzo de 2014 un acuerdo de asociación que entró en plena vigencia en septiembre de 2017–, precisa: “Rusia no se opone a que Ucrania termine integrándose a la Unión Europea. Dicho esto, en la situación actual de Ucrania, con sueldos de 300 dólares mensuales y una economía con una productividad muy baja, esa posibilidad no es para nada realista”. La coyuntura que vive el bloque comunitario, a dos semanas de unas decisivas elecciones al Parlamento Europeo en el que el bloque de fuerzas euroescépticas podría incrementar significativamente su caudal de votos, dificulta aún más cualquier tipo de negociación.

La solución del conflicto con las repúblicas rebeldes del sudeste de Ucrania pasa, entre otros aspectos, por una reforma constitucional que tienda a un sistema federal de gobierno y un estatus especial para Donetsk y Lugansk.

Por último, la llegada a la Presidencia de Ucrania del pintoresco Volodymyr Zelenskiy, un actor sin experiencia política que encarnó el hartazgo de la población con la clase política tradicional, abre muchos interrogantes. Al referirse a los primeros pasos dados por el mandatario electo en los comicios del pasado 21 de abril –en los que derrotó al presidente Petro Poroshenko, en el poder desde mayo de 2014–, Montes señala: “Sus gestos iniciales han sido positivos, ha visitado a los patriarcas de las tres principales iglesias del país y, al mismo tiempo que mantiene su inclinación hacia Europa y Occidente, no ha hecho declaraciones negativas hacia Rusia”. La principal imputación que hacen a Zelenskiy sus detractores son sus supuestos vínculos con el oligarca Igor Kolomoisky, con fuertes intereses en el sector bancario y de los medios de comunicación, que decidió exiliarse en Suiza y posteriormente en Israel luego de caer en desgracia tras enfrentarse con Poroshenko en marzo de 2015. “Lamentablemente, después de la caída de la Unión Soviética, en buena parte de los países de Europa oriental ha existido una connivencia entre la vieja élite política, los organismos de seguridad y el poder económico de los oligarcas”, sintetiza Montes, quien admite que “la situación actual no es muy esperanzadora”.

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