El negocio, a un puñado de cuadras del centro de Bahía Blanca, comenzó bien, hasta que, entre el frío y las vacaciones de invierno que le bajaron clientela y la recesión que deterioró el poder adquisitivo de sus compradores, le hicieron caer las ventas.
La discusión se instaló entonces en su casa, donde la mercadería sobrante comenzó a usarse cada vez más, acumularse y desbordar la heladera y la despensa.
“No traigas más, porque no tenemos donde guardarla ni aprovecharla”, le dijo su mujer y juntos decidieron que algo había que hacer. Así e inspirados en una panadería que, según vieron por Internet, entregaba productos que ya no vendía, optaron por colocar un cajón frente a su negocio con un cartel. “Lo pusimos a la mañana y a la tarde, ya teníamos una señora que nos preguntaba si se podía llevar algo. Y luego vinieron otros, todos con mucho respeto y pidiéndonos una bolsita para llevarlo”, cuenta el verdulero a Clarín, sobre quienes rápidamente aceptaron su propuesta solidaria.
“Es mercadería que no está en mal estado, todavía se puede consumir, pero no podemos mantenerla a la venta, por los clientes que siempre te piden calidad” explica. Los cítricos, como las naranjas y mandarinas que comienzan a picarse, limones, zapallitos, papas y tomates, son los que más rotan en el cajón del negocio ubicado frente a la iglesia Sagrado Corazón de Jesús, de la comunidad salesiana, a apenas tres cuadras de la céntrica plaza Rivadavia. “Llego temprano del mercado, dejo lleno el cajón y la gente elige solo lo que necesita. Piden permiso y no se llevan todo”, comenta. Un día un hombre se mostró sorprendido porque encontró unos morrones arrugados dentro del cajón. “¡Con lo caros que están!”, comentó incrédulo y con los ojos bien abiertos antes de preguntar si se los podía llevar.
“Todos los que vienen se van agradeciendo y con una sonrisa”, destaca Federico. Es su primera experiencia como verdulero, aunque con su esposa, conocen desde adentro el negocio gastronómico donde es habitual que la mercadería que no se venda, se tire. Precisamente, ayer el Congreso aprobó la ley de donación de alimentos (Ley Donal) que estipula reglas para la donación de mercadería por parte de las empresas y busca reducir la cantidad de comida que se tira y que puede ayudar a personas en situación de vulnerabilidad.
“Yo doy una mano con esto, porque es lo único que puedo hacer. Deberíamos ayudarnos más entre todos”, dice Federico. Su iniciativa se viralizó por redes sociales y en una semana, creció la cantidad de personas que la está aprovechando. Y también la gente del barrio que se acerca para felicitarlo por su aporte hacia quienes la están pasando mal. “Está bravo, las ventas cayeron un montón, pero hay que meterle, no queda otra”, agrega esperanzado en que el buen tiempo, vuelque al público hacia las frutas y verduras.