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Antonio es jubilado, tiene 70 años y está aburrido. Quiere vender su Ford Lincoln Continental de 1979 porque ya no le encuentra sentido: se cansó de verlo envuelto en una manta gigante ocupando los metros cuadrados de su garage. Tiene, además, un único hijo que le confesó que no le gustan los autos antiguos. Lo alquilaba para eventos y hace tres meses que no le da rédito. Hace poco decidió usarlo: “Me fui a pasear por la costanera y no tenía lugar para estacionar porque mide como siete metros. Me tuve que volver”.
Es negro, está adornado con banderas argentinas, presenta escudos representativos de la Nación y elementos que certifican su servicio presidencial. Sin embargo, el propietario no dispone de documentación que acredite su calidad de vehículo patrimonial. Ingresó al país como auto oficial de traslado de la cúpula directiva de Ford antes de recalar en la flota de presidencia en concepto de donación. Antonio desconoce qué sucedió después: se lo compró a una concesionaria en la esquina de Juan B. Justo y Corrientes, a comienzos de siglo.
“Lo compramos con mi socio a un precio ridículo, no me acuerdo exactamente a cuánto. Me convenció él, que tenía una locura por estos autos. Lo compramos sabiendo a quién lo había usado. Me acuerdo que me hice la transferencia ahí mismo”, relató en diálogo con Infobae. Lo califica como “exclusivo”, como “una nave”. Asegura que durante unos años perteneció a la embajada de Suiza y que participó en la película Highlander II, una producción francesa-británica en Buenos Aires con la actuación de Christopher Lambert y Sean Connery.
Aunque el propietario era Antonio, era su socio -tenían un comercio en Tigre- el que más lo usaba. Se encargaba de cuidarlo y de pagar el seguro. Su publicación indica que el vehículo se encuentra en un perfecto estado de conservación, dice que su estado es original y que nunca fue restaurado. Cuenta con motor V8, transmisión automática, levantavidrios eléctrico, aire acondicionado, tapizado de cuero original, cuatro cubiertas nuevas, radio de fábrica y las tapas se levantan al encender los faros. Hasta dispone de una sirena. “Cuando tenía que llevarlo a alguna exposición y llegaba un poco tarde, prendía la sirena y me abría paso”, reconoció su dueño.
Antonio dice haberse aburrido de su auto presidencial. Su hijo, de nombre Milton y profesión abogado, no quiso heredarlo: “También le quise regalar un BMW 323i de 1981 y una coupé Nissan Datsun de 1981, pero dice que no le gustan los autos antiguos”.
Con la plata que recibirá por el Lincoln, confesó que le gustaría emprender un viaje por Europa. En los últimos días, recibió el llamado de muchos interesados. Por ahora, ningún ofrecimiento que haya prosperado. El auto que trasladó a Ricardo Alfonsín duerme cubierto y bajo techo en la casa de alguien que lo quiere convertir en turismo.